Mirar las imágenes con los pies todavía doloridos.
Escudriñar entre los días, el Sena, las estatuas y los puentes.
Recordar lo que todavía no se ha olvidado, bucear entre la luz de las aceras, navegar por la memoria prendida entre las nubes.
París bien vale una quedada.
La luz se cuela entre los días y la memoria fluye. La mano dispara imágenes que se quedan en una pequeña tarjeta que volará contigo en el avión de vuelta.
No puedes evitarlo y las miras.
Entonces estás de nuevo allí, y las orillas vuelven a confundirse.
París bien vale un regreso.