martes, 26 de enero de 2010

Majalahonda



Es una simple cuestión de estadística.
Nueve de cada diez dentistas recomiendan el chicle sin azúcar y el 80% de los andaluces dice Majalahonda en vez de Majadahonda.

Pero una cosa es que se pronuncie Majadahonda y otra es que Majalahonda no exista.
Y existe, claro que existe.
¿Por qué?
Porque sí, y porque al nombrarla, abracadabra, la creamos de la nada.

Majalahonda se haya en el fondo de nuestros corazones, y la queremos aunque nunca hayamos estado allí.
Admiramos sus paisajes inventados, los atardeceres húmedos bajando la Cuesta del Pinar, el carajillo que lleva sirviendo la viuda de Flores en su bar desde hace más de treinta años.
Disfrutamos de su iglesia románica y de los almendros en flor, aunque no nos gusta nada que desde hace un tiempo les haya dado por construir infames viviendas en el extrarradio destinadas a abejas en vez de a personas.

Nos gusta que se halle a las afueras de Madrid aunque no sepamos situarla muy bien en el mapa.
Nos gustan sus habitantes, los majalahondenses, brutotes pero nobles, que aceptan bien al extranjero y comparten sin pedir nada a cambio su tiempo y sus tomates.

Nos gusta Majalahonda, qué le vamos a hacer.
Nos gusta como suena -mucho mejor que su espejo real, dónde va a parar- y nos encanta la profundidad final que de su nombre se desprende.

No es Teruel, no, la que de verdad existe es Majalahonda.
Y el caso es que a ella, toda una ciudad hecha y derecha, le da un poco de cosa y sonrojo reconocerse real, y quitarle cierto protagonismo -al menos sonoro- a su vecina la de la "d".

No es para tanto, pero ella no puede evitarlo.
El caso es que ha inventado una historia extrañísima y va diciendo por ahí, a quien quiera escucharla, que ella es un avatar de la ciudad real (que no de Ciudad Real), y que por favor pintemos sus casas de azul, aunque la confundan con Chefchaouen.

Menos mal que en febrero llegan la vacaciones de los pueblos y podrá en pocos días irse de viaje.
¿Y dónde viaja un pueblo, preguntará algún incauto parlanchín, bohemio y dicharachero? 
Pues a la montaña o a la playa, según los gustos.
Y Majalahonda siempre elige la playa, coqueta y pizpireta, porque hace ya seis meses que se compró un bikini en el Corte Inglés y está loca por estrenarlo.
Sí, ya sé, en febrero. Qué cabeza.

Majalahonda siente, cuando llega la noche, la soledad del silencio. 
Ella necesita de la sonoridad para que su existencia se haga real, porque ni las páginas de internet ni la guía Campsa refrendan una realidad creada entre dentistas y andaluces.

Y sí: no llegua a odiarlo pero le da una rabia tremenda.
Le da una rabia tremenda cuando algún antequerano teclea en Google "Majalahonda" y el gran gurú del todo lo sé le espeta un "quizás quiso decir" que le vacía el alma y la arroja al desconsuelo.

"Quizás quiso decir Majadahonda"
Pues no, capullo.
Majalahonda.