No es exactamente la vagancia (bueno, un poco sí...) la que me ha llevado a colgar sólo una fotografía en mis dos últimas entradas de esta categoría (si me habéis seguido sabéis que me gusta subir entre cinco y siete, que si no la cosa sabe a poco).
En este caso es más bien -o al menos eso me gustaría pensar a mí- una coincidencia, que se ha dado porque son dos imágenes que me gustan especialmente (la anterior era la del agujero y la playa), a las que les tengo un cariño distinto.
También puede ser que no forman parte tanto de un conjunto o una serie, y que se disfrutan más así solas, individualmente.
En este caso la vaca en cuestión estaba en Rishikesh, donde las únicas tomas que realicé fueron los retratos de gente en la calle.
Aun así iba andando a orillas del Ganges me encontré con esta estampa.
Y claro.
Puede que la imagen tenga bastante de postal y de impostura, pero os aseguro que allí estaba ella, la vaca, tan señorial, tan tranquila, tan melancólica y tan campante como muestra la fotografía.
Tiene India, el país entero -de algún modo- ese aire profundo, contundente y aposentado que muestra su animal sagrado por antonomasia.
Y el tiempo que transcurre lento...
Un Ashram al fondo, el Ganges que todo lo cruza, un instante igual al instante pasado y al instante presente...
Así fue aquel viaje, sí.
Como una simple imagen...