viernes, 13 de noviembre de 2009

Escancito



Escancito.
Una botella que escancia, la sidra que cae y llega al borde del vaso: algo cae fuera, algo queda dentro. 
Como la vida misma.

Escancito, o la vida es cruel.
Escancito, la mascota refusé.

Escancito vive en un cajón, olvidado del mundo, triste porque presiente que estuvo a punto de ser adorado por multitudes, alabado por tratados de semiótica, encumbrado por la élite intelectual de este país, generador de incalculables beneficios derivados del merchandising

Triste, sí, rematadamente triste porque nuestro pirandello no acabó así.
Vive en el olvido.
En la oscuridad de un cajón, aplastado entre dos folios: un poema mediocre y una factura de Fotocasión.

Escancito nació de un portaminas de grafito 0,5, a finales de la década de los noventa.
Escancito fue la propuesta que un joven, valiente y rompedor dibujante presentó a un concurso de mascotas.
Aunque no gano.
Incomprensiblemente.
Aún hoy, nadie se lo explica.
Cualquiera que haya visto  a Escancito y le pidan que imagine una mascota para Asturias ya no podrá inventar nada mejor.

Escancito.

El concurso fue convocado por la Comunidad Autónoma de Asturias en el año 1999. Querían introducir al Principado en la modernidad, a las puertas del siglo XXI, y se lanzaron a buscar esa figura que aunara los miles de años de tradición, de historia viva, con el carácter abierto e integrador de los asturianos.
Y un toque cool.
Una mascota emblemática, con pose gallarda y ecos de batalla y resistencia en sus líneas. Una figura indeleble, que emanase perdurabilidad, recogimiento, exaltación y mística.
Y con la que te echaras unas risas.
La energía, la historia, los paisajes, la personalidad, el mar que ruge, el cielo que calma.
Y que venda camisetas.

Y allí estaba Escancito.
Una botella que escancia, la sidra que cae y llega al borde del vaso: algo cae fuera, algo queda dentro
Como la vida misma.
Unos ojos de lo más sencillo, una boca que sonríe (¡alegría, alegría!), unos brazos en pose de baile y las piernas que guardan el peligroso equilibrio que da el achispamiento.
¿Quién puede pedir más?

Pues aún así fue rechazado.
Para cualquier espectador hábil y de-mente abierta, las posibilidades de Escancito como mascota oficial del Principado de Asturias serían ilimitadas (de hecho lo son) pero no ocurrió así en el fallo -nunca mejor dicho- del concurso convocado.

La secuencia de acontecimientos que conformaron tamaña ignominia no ha podido ser más catastrófica.
Menos mal que el mundo es sabio, y hace que nos recuperemos hasta de los palos más duros que nos da la vida.
Y sí, el pueblo asturiano, a pesar de semejante error, tira para delante. 
Sigue viviendo, en muchos casos completamente ajeno a lo que pudo haber sido su despegue internacional, que hubiera llevado, quién sabe, a la organización de unas olimpiadas, o cuando menos a ofrecer el atún en lata a 2x1 en los supermercados Covirán.
 
Quién le iba a decir a Vicente Álvarez Areces, cuando el 22 de junio de 1999 fue nombrado Presidente del Principado de Asturias, que cuarenta y tres días después de su investidura iba a tener entre las manos, personalmente, el papel que podría cambiar la historia de un pueblo entero.

Escancito, sí, fue él.
Escancito sí, te tuvo entre sus manos y te dejó pasar.
¿Estrés, prisas, confabulación, despiste?
No lo sabremos nunca, Escancito.

A algunos nos basta con verte sonreír mientras escancias tu sidra.
A algunos nos es suficiente con ver cómo bailas feliz mientras tu rico brebaje de madera y manzana choca contra el vidrio y se convierte en oro.
A algunos como yo nos encanta quererte como eres, y te apoyaremos incluso si alguna vez te ves obligado a ir a Alcohólicos anónimos.

Nunca nos avergonzaremos de ti, Escancito.
Nos haces feliz, aunque la vida sea cruel.
Te mereces algo más que un cajón, y estoy dispuesto a dártelo.
Desde mañana mismo te cuelgo en la pared, Escancito
Te lo prometo.