domingo, 19 de agosto de 2012

Calvin Klein y Kevin Kline (lo que pudo haber sido y no fue)


Eso me pasa por listo.
Por no contar.
Y, como siempre en la vida, si no cuentas no hay manera de llevarse veinte.

El caso es que estuve tan feliz, ¡tan feliz!, la tarde de ayer sábado escribiendo la biografía inventada de Calvin Klein con Kevin Kline, con tanta emoción en mis palabras, que no fue hasta el final cuando me di cuenta que, efectivamente,  Calvin tiene 6 letras y Klein 5.
Horror.

Y yo que, como habrá podido comprobar cualquiera que se haya asomado por aquí con periodicidad, soy rígido en las normas y monacal en mis comportamientos, envié directamente aquella fábula a la papelera de reciclaje.
Lástima.

Había escrito la historia de una monja que roba a dos hermanos nada más nacer, despistando a la madre con un guiñol de animales tuertos, y que los separa adjudicándole unos nombres (Calvin Klein y Kevin Kline) de tal manera que resultase imposible, hasta para el más afamado de los detectives, encontrar relación o parentesco entre ellos.

Pero todo se descubrirá cuarenta años después, cuando Kevin, el actor, siente esa conexión inmaterial con su hermano al ponerse unos calzoncillos, e inicia su búsqueda en Tailandia (él sabe de sobra que no está allí, pero es que hay unas playas muy bonitas).
Todo terminará, tras un periodo de intercambio de parejas no apto para menores, en el laboratorio del doctor Frankenstein, en los Alpes suizos, donde después de matar a las dos hijas de la monja con un ritual caníbal, Calvin parece dispuesto a estrenar con su hermano ¡por primera vez! un boxer de tres agujeros.

Era una bonita historia de amistad y honor aderezada con números musicales interpretados por gimnastas chinos.
Pero no.
Olvidaos, no saldrá de mí esa aventura en forma de entrada.
No podría escribirla y mirarme a la cara.
No sabiendo que 5 y 6, se mire por donde se mire, es hacer trampas.