337) Porque no hay un buen discurso del rey sin una imputación por corrupción y cohecho impropio. Eso sería como un jardín sin flores. No podemos ser tan ingenuos para darles a una familia poder y dinero en función única y exclusivamente de su sangre y no esperar que nos lo hagan tragar (tragad, tragad, vasallos) con la misma moneda multiplicada por veinte.
Para una monarquía (anacrónica, vintage, estúpida y folclórica), 1+1 será siempre = tó pa mí, heredado por mi hijo x20.
Por los siglos de los siglos.
Amén.
338) Porque es imposible sumar la nieve que cae en invierno. Porque es imposible sumar la lluvia que cae en septiembre. Y porque es imposible sumar los granos de arena de un desierto cualquiera.
Si los intentas sumar, cuenta una leyenda uruguaya, te conviertes en viento.
339) Porque Miguel Narváez viajó tres años consecutivos a Ontario en busca de un bote de lágrimas dulces que le habían dicho se vendía en una boutique que hacía esquina en un centro comercial venido a menos.
La primera vez que viajó, llegó y la boutique estaba cerrada. Mellissa Hurley, la dueña, estaba de vacaciones.
En aquella ocasión Narváez entró en un cine y vio el estreno de "Man on the moon" solo porque salía Jim Carrey.
La segunda vez que viajó a Ontario, al año siguiente, fue hablando con una hermosa mujer chilena que se situó a su lado en el avión, y se pasó las dos semanas de sus vacaciones sin pisar las calles de la ciudad, embadurnado en sábanas y deseo, en éxtasis y duchas.
No le importó para nada no ir a la boutique, aunque no quería marcharse de aquel apartamento y volver a su tierra, a vender bombillas en Almayate, su trabajo habitual.
La tercera vez, el tercer viaje, Miguel llevaba en el bolsillo el teléfono y la dirección de Juana la chilena, pero cuando llegó sus vecinos le dijeron que había sido deportada por el gobierno.
Allí de pie, triste y vencido, apenas si se pudo dar cuenta de que la dueña de la boutique Hurley estaba doblando la esquina, con un bote abierto, esperando para que sus dos primeras lágrimas sumasen un importante beneficio en la expansión demorada de las lágrimas dulces, un auténtico negocio.
340) Porque los hunos luchaban a muerte hasta el desenlace final. Los hunos eran crueles y sanguinarios, mortales y sin escrúpulos. Los hunos no acuñaban la frase "solo puede quedar uno", porque por un lado echaban de menos la hache, y porque por otro sabían que años después sería adherida a la película "Los Inmortales", con tan mala fortuna que terminarían haciendo cinco partes, o más.
Si se te ocurre un guión con el lema de "solo puede quedar uno", hazme el favor de acabar decentemente la historia en una sola película, y no lo prolongues con estúpidas artimañas de escritor barato.
Que se lo digan a los hunos.
341) Porque los 1 son l un poco más bajos, un poco más en 4:3.
Y los unos y las eles no se suman, porque si sumas una l a un 1 suma luno, el marido de la luna.
342) Porque hoy es Navidad, centro neutrónico y centrifugador de los buenos deseos y la mala leche. Hoy es Navidad, espiral de consumismo, hipocresía y cosquillas. Hoy es Navidad, donde el frío se cuela entre la nieve que cae en el valle, más allá de Orión.
Y entre Navidad y Navidad nadie suma, nadie sabe, aunque todo cuente.
1 Navidad + 1 Navidad = 1 año lleno de bilis, mantecados, amor y putrefacción.
1 día de Navidad + 1 día de Navidad = Chiquito de la Calzada, huevo hilado, James Stewart, buenos deseos, Sabrina y risas enlatadas.
El espacio entre Navidad y Navidad es infinito y vacío, como nuestros deseos más cenutrios.
343) Porque en Andalucía, tierra quemada de emociones e inactividad arraigada con el paso de los siglos, Alberto Montero sumaba -prácticamente- como le salía de los mojones.
Y el decía tré en vez de tres, sinco en lugar de cinco, dó en vez del dos.
Así que por mucho que Antonio Emilio Nuñez, maestro de matemáticas con destino fijo en Comares desde el año 67 le inculcase a Alberto el respeto y la sincronía emocional con los números del alfabeto (era un leguaje, decía como un mantra), cada vez que el alumno aventajado sumaba oralmente y decía que aquel 1+1 era un dó, el corazón del profesor Nuñez se encogía como una diáspora, hasta que no pudo soportarlo más y lo mandó a clase de música, donde bien sabía que podía completar aquel dó con el re, con el mi, con el fa.
Y acabó el bueno de Montero dando clase de música, tocando la zambomba y anunciando en su imaginación, cada noche antes de acostarse, los limones del Caribe.