331) Porque Andrés Aldana Alcaraz fundó en 1912 la Balompédica linense, sólo por pasar un rato y porque en realidad no le gustaba el serial que su mujer Amparo seguía todas las tardes por la radio.
Andrés, con sus amigos Eugenio y Federico se iba por los descampados cerca de la sierra y se ponían a jugar a lo que los ingleses llamaban fútbol, y aquella afición había que darle un sustento de nombre y subvenciones.
Una vez fundada Andrés se erigió en el delantero centro titular de su propio equipo, nobleza obliga, y se hinchó a meter goles en su primera temporada.
Taciturno como era, el hijo de Aldana se quedaba pensando en cómo era posible que el balón, con esa pinta circular tan parecida a un cero, al entrar en la portería, lo que venía siendo un gol, se transformaba en un 1.
En el balompié 0=1, mira tú que cosas.
Y así, con este fútil discernimiento, Andrés desmanteló cerca de Jaén todas las teorías emergentes que se sustentaban en el código binario. Y ni existieron los ordenadores, ni Stephen Hawkings pudo ser campeón universitario de los 110 metro vallas, ni el diez de enero tuvo más cabida en los calendarios que todos los años hacía el Mesón Pepe.
332) Porque eso es como cuando nos vendían que entre la URSS y los Estados Unidos tenían armamento nuclear para destruir la Tierra 4.527 veces, y uno se preguntaba: ¿Y para qué hace falta tanto? ¿no sería suficiente con destruirla una?
Pues eso.
Que para qué sumar.
Que con 1 basta. Gior.
333) Porque trescientas treinta y tres razones es como para ponerte delante de unos morros y no parar de decir ñiñiñi y ni 1+1=2, ni 2+2=4, ni San Pedro que lo bendiga. 333 razones son suficientes para que venga el doctor y te espete un "Diga 33" mientras tú y contigo tu mente estáis lejos, muy lejos, entre Palomeras y Saturno, más allá de la frontera.
334) Porque los unos son despistados. Uno que pasaba por allí, uno que yo me sé, uno que vete tú a saber.
Y despistados como son no se saben sumar, y permanecen solos el resto de su vida, pescando calabacines en Ondarrubia, comprando acelgas en Cochabamba, almidonando sartenes con pizarras Veleda, jugando a pócimas de viento y angustia.
los unos despistados siguen siendo unos hasta el fin de sus días que, entonces sí, se convierten en ceros.
335) Porque Zenón de Elea era un conocido matemático, discípulo de Parménides, que pasó a la historia por sus paradojas filosóficas.
La paradoja clásica de Zenón es que un corredor no puede llegar a la meta porque para llegar a su destino siempre tendrá que recorrer la mitad de la distancia, y antes de eso la mitad de la mitad, y así sucesivamente hasta el infinito.
Así pues y con eso tan contento, en la cena de nochebuena, estaba el bueno de Zenón tocando la zambomba, partiendo jamón con la sabiduría de un experto y metiendo el huevo hilado en las tripas de un choped más exquisito de la cuenta cuando le dio por intentar sumar 1+1 con la misma diligencia que un corredor intenta acabar su carrera. Y así, claro, su mujer acabó mosqueada aquella noche porque a Zenón le dieron las uvas.
336) Porque en invierno se agradecen enormemente los días de sol. Bienvenidos sean de entre todas las mujeres.
Lo único malo de los días de sol es que abres las ventanas y entran moscas despistadas, el sonido de los turistas que pasean, el rumor del Guadalquivir que apenas si se deja notar y el sempiterno e inapreciable polvo.
El polvo está en el aire, a qué negarlo.
Así que si te da, en una mañana soleada de frío invierno, por sumar 1+1, puede y mira que lo dudo que te dé dos, pero si te da dos, es un dos con una mijitilla de polvo, y entonces ya no es un dos, que coño.
336) Dígame usted compañero y responda con prudencia: ¿cuál es la magna presencia que puebla nuestras praderas, que en melancólica espera y con abnegada paciencia nos da cariño y cobijo fingiendo indiferencia?
Pues eso, que 1+1=1 vaca.