Paseabas por Granada entre la lluvia y el frío...y siempre acababas en un cine.
Siempre me gustó el Aliatar.
Ahora, reconvertido en una galería comercial, no deja -cada vez que regreso a esa ciudad- de acrecentar su leyenda a mis ojos.
Un espacio amplio, de otra época, donde el cine se disfrutaba en una pantalla verdaderamente grande.
Y, aparte de su encanto decadente, aquel cine me permitió asistir al estreno de títulos como "Adiós, muchachos", "La ley del deseo" o "Hanna y sus hermanas" que pertenecen y permanecen en lo más querido de mi memoria.
Año 1986.
Paseas por Granada.
Y llueve y te apetece ver una película.
Y eres joven y no has visto mucho cine.
Y entras y la historia se convierte en epopeya.
Entras y la película te arrastra entre sus personajes que viven, aman, pasan hambre, triunfan y, sobre todo, actúan.
Más que una película es un acto de amor.
De amor a una profesión, a un oficio, a un modo de vida y a un pasado -triste, intenso y mediocre- que nos hace como somos.
Hay una voz en off que narra. Un personaje gris que rememora.
Derrota y desolación, o el signo de los tiempos.
Y el cine Aliatar se hace aun más grande. La pantalla se agranda y todos los personajes de la película, tratados con tanto cariño, nos muestran el lado más humano de los excluidos.
Entonces te acuerdas, por un leve momento, de la vida fuera, de la calle.
Sabes que la lluvia dejó de escucharse dentro del cine.
En la sala se hizo la vida y el silencio, ese silencio triste e intenso del camino que recorren los cómicos en busca de su destino.
Fernando Fernán Gómez escribe, dirige y actúa.
Su figura se hace inmensa entre las miserias de una España que conoce bien.
Y todo trasciende en ese maremagnum donde sólo nos queda el poso.
El poso.
Lo que hay por debajo.
Recuerdos y ¿nostalgia? no tanto de una época como de un modo de vida y de una implicación con la misma que nace del corazón.
Si una película es un acto de amor, poco más se le puede pedir.
Por mucho que transmita tristeza, amargura y desencanto.
Nos hace sentir, y ahí radica su fuerza.
Cuando sales a la calle sigue lloviendo. Cruzas la plaza de la Fuente de las Batallas para dirigirte hacia tu casa.
"El viaje a ninguna parte" se coló dentro de ti un invierno de 1986.
Y, sin mucho esfuerzo, lo recuerdas hoy como si fuese ayer.