Los bomberos de madera crecen solitarios en tierra húmeda las noches de otoño.
Sus raíces se extienden siempre hasta el mar, por muy lejos que de él se encuentren, y miran al cielo ingenuos, esperando la fotosíntesis con el babero recién lavado.
Los bomberos de madera se riegan ellos mismos intentando apagar arrebatos de miel y resina.
Se convierten en refugio de pájaros, migrañas y viento desplazado.
Los bomberos no quieren ser estanterías de libros ni caballitos balancines. Les basta con que una pequeña mancha azul de tempera corone las lágrimas secas de su pasado reciente.
Los bomberos madera acunan los sueños de las tortugas y las golondrinas.
Uno de ellos, borracho y débil la noche de los jueves, sale a pasear a altas horas buscando el legendario bosque de bomberos árboles para poder cantarles siempre la misma nana:
Rama escalera,
manguera raíz,
sirena flor,
rueda corteza.
Y al cerrar los ojos comparten bellos sueños, lejos siempre de los malandrines pirómanos.