Viajar es patear las calles. Es inmiscuirte en el ambiente de un mercado, es callejear por los barrios perdidos, es vislumbrar atardeceres entre coches y bicis.
No hay museos en la calle y sí vida, jolgorio y tumulto.
Y en India ni digamos.
El olor de la calle, el ritmo de la calle, la gente en la calle, el polvo de la calle, las tiendas, las vacas, los rickshaw de la calle.
Todo se acumula a cada paso y las sensaciones se agudizan y se colman.
Viajar es bajar al piso y compartir esos ritmos.
Y qué decir de India.
Tengo negativos escondidos de las calles de India. Negativos olvidados, vencidos por el tiempo, avejentados por el pasar de los días.
Y sin embargo algunos aún conservan el aroma de toda aquella vida, de todo aquel gentío, de toda aquella locura impregnada en polvo y plata.
Capacidad de transportar, de recordar el pasado y proyectar un futuro.
Quién sabe...