Siempre me gustó ver bailar con la misma fuerza que detestaba hacerlo yo mismo.
Un nulo sentido del ritmo, algo de pereza y cierta introspección me ha hecho nulo para esos pagos. Quizá sea por eso que me fascine tanto ver a quien lo hace bien.
El dinamismo, el aire en movimiento, música y plasticidad en una unión eterna, todo eso y más se juntan en el baile.
Hace poco tuve la oportunidad de ir a un festival para ver bailar a una amiga y con la cámara en la mano, claro, no pude estarme quieto.
No bailando. Disparando.
Una muestra de aquello os enseño ahora.
Algo hay de capa de mago en esa falda y esos volantes que se sueltan al viento. Algo de misterio en los colores que la luz roba a la noche.
Mucho hay de liberación compartida encima de un escenario. Mucho de vanidad, mucho de locura contenida, mucho -probablemente y aunque sea contradictorio- de tiempo detenido.
Así que el tiempo detenido del baile baila inquieto delante de la cámara de fotos, que lo detiene una vez más, en ese juego eterno.