Cuando los bomberos se fuman una clase les da por viajar en barco hasta Santa Fé, y nunca lo hacen solos.
Se miran, se sientan y se sienten a la vez que no se quieren levantar de la mesa inquieta que de madera les acoge.
Podrían estar así horas...
Van rayando el mar sin que duela, como una promesa cogida de las muñecas. Se despeinan al toque de sirena evitando que los malabares molesten el devenir, y ríen contentos sin mirar más allá, entre bocanadas cómplices.
Cuando están en alta mar se agachan, vaya chiste malo, y abren sus brazos al viento imitando más o menos aquella película de comedia y Oscars.
Es en ese momento cuando gritan:
- ¡Todo arde!
Y se responden a sí mismos con el consiguiente:
- Bailemos...
que los deja mucho más tranquilos.
Será entonces, con ese último grito, cuando el mundo entero se dé cuenta que debe seguir, despreocupado, su rumbo hasta doblar el Cabo.
Y ellos felices se quieren un montón.