Me habéis pillado, con el carrito del helado:
El peor regalo de cumpleaños que me han hecho en mi vida me encanta.
Como, por otra parte, no podía ser menos.
Tanto me encanta que lo tengo sobre mi mesa de trabajo, desde hace ya tres años, y me acompaña impertérrito y desvergonzado.
Tanto me encanta, me fascina y me subyuga que no puedo dejar de mirarlo cada vez que me pongo a escribir, a dibujar, a inventar, y así no hay manera de concentrarse.
Y así salen las cosas que salen...
Es un regalo escogido con una sensibilidad muy especial, con un cariño inmenso y quizá, por qué no reconocerlo, con una infinita poca vergüenza.
Fabricio, en el 2006, tuvo la enorme gentileza de regalármelo envuelto en papel de periódico, tal y como exigía un presente de calibre tal.
Os muestro una foto de donde habita sin dar muchos más detalles. Está convenientemente enmascarado y el fin de semana -pongamos que el domingo- lo ampliaremos convenientemente para escarnio del gran público y goce de los más intelectuales.
Es verdad que contado pierde mucha gracia.
Lo mejor es vivirlo, que sea el día de tu cumpleaños y que con esa mezcla de nerviosismo y excitación heredada de la infancia, te pongas a desenvolver regalos hasta que aparece eso.
No hay palabras.
Y de la indignación llegas a la ternura pasando por la incredulidad hasta que lo miras, lo acunas y ya sabes que lo querrás como a un niño el resto de tu vida.
Que no se separará de ti jamás.
Dije que será el domingo:
Por mucho calor que haga, preparaos para el escalofrío...