sábado, 4 de julio de 2009

El tiempo que dura la cotidianidad


El tiempo que dura la cotidianidad es una masa informe avejentada por los años que nos mira con hastío desde su poltrona.
Lo abandonamos hace tiempo a su suerte y a su riesgo, lo olvidamos en un cajón dejándolo a la deriva de sus propias ilusiones.
Qué injustos. 
Lo hemos arrinconado sin remedio y, perezosos o indolentes, nos hemos centrado en otras cosas.

Uno, no se sabe muy bien por qué, pero hace años que dejó de contar.
Y eso no está bien.
Quizá sea el signo de los tiempos, quizá sea la llegada de las calculadoras, quizá que nos desprendimos del reloj para guardar el tiempo, con la forma de un móvil, en el bolsillo de nuestro pantalón.
Hemos dejado de contar y hemos dejado de saber cuánto duran las cosas. 

El tiempo que dura la cotidianidad ni siquiera tiene una forma concreta. El tiempo que dura, llamémosle ETQDLC, nunca ha llevado bigote en el sobaco, pero últimamente está loco por dejárselo.
El acabose.

ETQDLC se enfada cada vez que un niño le tira una pelota a destiempo, o cuando uno mismo, ingenuo y despreocupado, se pone a pelar patatas como si nada, sin ser capaz de contestar a la más sencilla de las preguntas, a la más importante y crucial de las preguntas:
¿Cuánto tiempo se tarda en pelar una patata?

Y es que somos torpes hasta para eso. Y hacemos daño.

¿Cuánto dura la cotidianidad?: Es que nadie lo sabe.
¿Cuánto dura "lavarse las manos antes de comer"? ¿Cuánto dura "comerse un flan de vainilla"? ¿Cuánto dura "cortarse las uñas recién duchado"? ¿Cuánto dura "vestirse en verano"?
Todo tiene un tiempo y nosotros lo menospreciamos.
No tenemos idea ni parece preocuparnos, nos dejamos llevar y envolver por lo que ya sabemos y no prestamos atención a lo que verdaderamente importa: ¿Cuánto dura un beso?

Es por ello que ETQDLC se siente voluble y ambiguo. No se encuentra definido ni concreto, y envuelve su propio aire cotidiano en una lamentable bata de un gastado color crema.
El tiempo en bata, dónde vamos a llegar.

No lo neguemos, somos los petardos que dicen eso de "en cinco minutos nos vemos".
Pero por favor.
¿Cuánto dura "cinco minutos"? A veces dura siete, a veces cuatro y medio. Y eso no es serio.
Pobre tiempo cotidiano.

Ya sé, ya sé: a nadie le preocupa el tiempo que dura la cotidianidad. Pues sabed que ETQDLC se preocupa de sí mismo los días pares, e indaga curioso en la exactitud milimétrica de su esencia.
Así que todo nuestro relajo poco disimulado menoscaba su ánimo, su ímpetu.
¿Nos daría igual que "beber un vaso de agua de un tirón" durase tres minutos y medio? ¿Sería lo mismo afeitarse en nueve segundos? ¿Qué pasaría si subiésemos las escaleras del primero en doce minutos treinta y cuatro segundos?
Un poco de seriedad.

Hemos dejado de contar.
Ya no sabemos cuánto dura fumarse un pitillo, desconocemos la duración de planchar una camiseta sin dibujos, quién puede decirme lo que dura freír un huevo.
ETQDLC está arrinconado en un extremo de la estantería del salón. Y de allí nadie lo saca.
Si lo cotidiano es ya de por sí inmensamente aburrido, démosle algo de rigor y esencia. Hagámoslo importante: Ayer me até los cordones en catorce segundos, ¡hoy voy a intentar dejarlo en doce!
Hagamos de la vida un reto. Como jugar al buscaminas.
Seamos el Usain Bolt de lo cotidiano, y hagamos al tiempo que duran las cosas el tipo más feliz del mundo, al menos durante nueve segundos con unas pocas décimas.
No nos cuesta tanto.

Mientras, en ese rincón que ha convertido en su hogar, el tiempo que dura la cotidianidad sueña con un mundo improbable de cuentas imposibles: ¿Cuánto dura un sueño, cuánto el escalofrío de un recuerdo?
Su prima de Almería, aquella que llaman "¿A qué huelen las nubes?" lo mira desde Alhama, con cariño y empatía.