miércoles, 13 de febrero de 2013

La lengua de Michael Jordan


La lengua de Michael Jordan lleva suelta y bailando desde mediados de enero del año 1.999.
Inagotable al desaliento.
La lengua de Michael mide las distancias en leguas, los mates en muertos, los pases en hastío.
Nada le importa.
Ni sus dos hijos que viven Washington, ni las papilas sinestésicas, ni el sudor antaño derramado.

Desde que se separó de la leyenda baloncestística más grande de todos los tiempos, todo ha sido tropel y tentetieso.
Ni payaso, ni gourmet, ni personaje novelesco de Julio Verne.
La lengua quiso ser chica.

Se operó de sexo en una clínica de Atlanta sin anestesia ni ayudantes de enfermería, a hidrostato branquial descubierto.
Reconciliada con su ser tras la brillante cirugía, lejos del radicalismo conservador de la epiglotis, se fue de stripper a un sex shop del barrio de Midtown, dispuesta a recoger babas y acumular propinas.

Nunca verás triste a la lengua neoyorkina.
Es la envidia de las chicas, consejera de las nuevas bailarinas, representante sindical que negocia con el jefe, ayudante en un comedor social los fines de semana, activada incansable por sus diecisiete músculos que hacen que apenas si duerma tres horas al día.
La lengua de Michael Jordan pasea su energía con un faringogloso desdén, que la hace inmune al pesimismo.

Recuerda no obstante los días de salto y flashes. La fama de parqué, el gusto de la victoria.
Él volaba y ella volaba.
Bailaba cada uno, jugador y lengua, como en un tango infinito descompasado y ambiguo.
Se querían, se respetaban, se complementaban de cara a la historia.
Y la historia los trató como merecían, aunque los focos se posaran sobre él, y a la larga ella permaneció en el olvido.

Pero nada de eso importa ya.
La lengua baila desnuda entre humo de tabaco y neones fluorescentes, entre lencerías exiguas y miradas de lujuria y culpa.
Ese aire de deseo sexual la llena de jugos gástricos y entra en éxtasis y locura. 
Baila como nadie exhibiendo sus papilas fungiformes y le saca, claro, la lengua al mundo.
Eso sí, ya por fin, sin ningún tipo de frenillo.