domingo, 24 de febrero de 2013

365 irrefutables razones que nos llevan a pensar que los mayas tenían razón y el fin del mundo llegó el 21/12/12 (X)


064) Porque Algómetres, hijo de Esdrújulo, príncipe de Árgamon y bisnieto de Méndrinar, le sobraba una tilde y un planeta en su clase de trigonometría astronómica, allá en el planeta Plíntiple.
Sobre una tableta digitalizadora última generación, borró con trazo vectorial aquel planeta azulito que venía mal en la composición equilibrada, de lo que los esdrújulos convenían en llamar un universo en paz.
Y le tocó a la Tierra desaparecer, para un simple trabajo que acabó obteniendo un seis con cinco en el segundo trimestre, en manos del malvado profesor Cróstalo.

065) Porque el fin del mundo llegó a la Estación Termini el 22 de diciembre de 2013, después de haber dado la vuelta al mundo buscando a los mayas, que le habían mandado una invitación, unos cuantos de miles de años antes.
El fin del mundo vestía un traje a rayas, ajustaba a su cuello una corbata morada y llevaba lo que cualquiera hubiera entendido como el repeinado típico de quien se lava apresurado en el baño de un tren para disimular una siesta de trescientos años.
El fin del mundo llegó a la Estacón Termini un 22 de diciembre pensando que no había cumplido su parte del trato, pues los mayas le habían pedido por favor que apareciese el 21, que era muy importante.
Somnoliento y un poco alicaído, decidió por un momento no cumplir con su promesa, hasta que se dio cuenta de que no, que al haber dado la vuelta al mundo, por no sé qué paranoia de la rotación de la Tierra, en realidad había ganado no solo un día, sino dos, así que se pidió unos churros con chocolate y un café muy caliente, que había tiempo hasta que se enfriase un poco.

066) El fin de  mundo llegó un 22 de diciembre por la misma razón que nació un 14 de marzo.

067) Porque Eulalia Esteban Maduro coleccionaba incansable, desde su nacimiento en 1939, unos calendarios anuales de los que iba tachando los días escrupulosamente con un rotulador rojo que hasta el año 76 fue en blanco y negro.
El ritual era siempre el mismo: se dirigía a la esquina superior izquierda, y trazaba una diagonal tranquila hasta la inferior derecha. luego se fumaba un cigarro, a veces un Corona, a veces un Ducado, otras se conformaba con un Camel. Con la colilla apagada pero aún humeante, trazaba la diagonal opuesta con la misma parsimonia.
Y todo eso, siempre, antes de las 22 horas de cada día.
Cada día hasta el 21 de diciembre.
El 21 de diciembre cogió el rotulador, lo posó como tantas veces sobre la esquina y comprobó que no había ni punto, ni línea ni trazo.
El rotulador, gastado, había dicho basta.
Fue a por al paquete de tabaco, contrariada, y descubrió que el último, el último cigarro, se lo había fumado el gato, que la miraba con dureza desde la ventana.

068) Porque al igual que todos somos inocentes mientras no se demuestre lo contrario (a excepción de en los aeropuertos, donde todos somos presuntos culpables hasta que un detector no dictamine que se nos perdona la vida), al igual que eso, tras un jueves siempre viene un viernes menos cuando tras un jueves, malditos aeropuertos, no viene nada.

069) Porque hay que reinventarse o morir, y el mundo estaba ya muy visto.

070) Porque de todas las mujeres que hay en el mundo Andrew McLander tuvo que fijar sus sentimientos en la malvada bruja del cuento de Blancanieves.
Tuvo Andrew que inventar no solo una máquina del tiempo, sino una máquina del tiempo que permitiese viajar al mundo inventado de los cuentos clásicos libres de derechos de autor.
Lo hizo, la inventó, pero como Andrew era listo pero pobre, tuvo que pedir una subvención a una multinacional de galletas para que le pagases los tornillos sinotrónicos de cabezal de radio, imprescindibles en su invento
Así que, en pago a dicho dinero, el presidente de la multinacional, un usurero uruguayo afincado en Mallorca, le pidió usarla primero.
Caracolo Miranda, presidente avaricioso, fanático de la ciencia ficción, le dio al botón de "La guerra de los mundos" sin saber que ese era, maldita sea, un viaje sin retorno.