Un paso más, en el mundo de los viajes.
Y es que llevar una cámara que a parte de fotografías te permite realizar vídeo cambia, no podía ser de otra manera, tu mirada, tu ritmo y la percepción de lo que te rodea.
Ha sido, no quedaba otra, una experiencia fascinante a la par que ligeramente frustrante.
Resultaba imposible despegarte de esta idea: mientras grabas video estás perdiendo alguna foto.
Por mucho que la imagen fija fuese tu objetivo, por mucho que el propio ritmo y la cadencia de las mismas te llevasen a dedicarle siempre más tiempo, la posibilidad de grabar video, la novedad, la magia de la imagen en movimiento también se hacía presente y reclamaba su lugar.
En esa lucha he aprendido a convivir en este viaje. Alternando, jugando y aceptando la pérdida.
De cualquier modo en ese instante de abstracción, de concentración y de pulsión que supone la captura, ya sea fija o en movimiento, hay inherente una pérdida.
Desde el momento en que seleccionamos un gesto, un encuadre, un momento, estamos dejando atrás todo lo demás.
Y en la aceptación de esa frustración está gran parte de su encanto.
Mucho material acabó viniendo en mis tarjetas de memoria.
Quizá dé para un segundo audiovisual pero hoy, un mes después de haber regresado, me reencuentro con Uzbekistán a través de sus gentes, sus calles, su vida en cada esquina.