Hay atracciones fatales y atracciones eternas. Yo soy más de las segundas, qué le vamos a hacer.
Dejarse subyugar por el fascinante mundo del agua es, para mí, una de esas atracciones eternas.
Ni puedo ni quiero evitarla.
Mirar y dejarse llevar, observar y abstraerse.
Ya sea un vaso de agua o el mar, una cascada violenta o la fina lluvia de septiembre.
El caso de las fuentes es especialmente visceral, donde las formas impredecibles se suceden a velocidad de vértigo, donde el mundo se convierte en un ser cambiante e indefinido.
Tratar de capturar ese mundo no deja de ser paradójico pero necesario.
Tratar de ver más allá de lo que tus ojos te muestran aún a sabiendas que verás otra cosa, y que ni la velocidad de obturación ni el sensor CCD poseen la cadencia exacta, el ruido intenso, la profundidad necesaria.
Pero ahí está el reto, ahí está la aceptación de saber que por mucho que quiera la fotografía, inevitablemente, siempre será otra cosa.