En los instantes más cercanos a la cotidianidad...
Volver cada dos meses (o el intervalo que corresponda) a enfrentarme con una carpeta de fotos de viajes resulta ser siempre el mejor de los juegos, donde sorpresa, recuerdos y fascinación se juntan a partes iguales.
¡Ah, la fotografía!
Recrear esos momentos en que parece que nada pasa, allá donde la vida transcurre lenta, y rememorar rincones robados al aire.
Mezclar inconscientemente el blanco y negro con el color.
Reencontrarse con los vivido a través de imágenes olvidadas, tratar de buscar el aroma, la textura, aquellos pequeños ruidos de mar, gente, bullicio y mercados.
Fotografiar me recuerda cada vez más -en sí mismo- a un viaje, aunque por la amplitud de las carpetas traídas y por la frágil memoria del que dispara, acabará siendo siempre un viaje infinito, inabarcable y sorprendente.
Donde bucear, donde jugar, donde perder el tiempo.
Sea pues.