lunes, 12 de septiembre de 2011

Las huellas


Finales de julio del 2011.
Las huellas en el asfalto: las que permanecen se mezclan con las que el tiempo desgasta.

Había llegado a Madrid dos días antes para terminar las gestiones de mi visado y coger un vuelo que me llevaría a Uzbekistán.
Mi llegada coincidió con un desalojo brutal -nocturno y alevoso- de los pocos que quedaban acampados en Sol bajo la reivindicación del 15M y el desmantelamiento -incomprensible, absurdo- del pequeño stand instalado para informar de las actividades e intenciones del movimiento.
Por el Papa, dijeron unos.
Si querían liquidarnos han conseguido lo contrario, pensamos la mayoría.
Y así se reactivó la cosa.

Durante tres noches la Puerta y los accesos a Sol quedaron cortados por una policía sin identificar, y fueron muchos, yo incluido, los que nos echamos a la calle para agolparnos frente a los furgones (siempre desde un punto de vista festivo) y tratar de poner freno a esa estúpida e incoherente tropelía.

Tres días después ya no se cortó Sol y entonces -claro- no fue una poca representación sino millares de personas las que se sentaron de nuevo a la sombra de la libertad que da una plaza.
Y en ese ambiente festivo, reivindicativo y alegre observé, a lo lejos, una escena que me dejó perplejo.

Vi como una persona mayor pedía con el máximo respeto a una gente que estaba por allí agrupada que por favor se apartaran, cosa que ocurrió de inmediato.
Aquel hombre, de unos 60 años, sacó un pincel de mango largo y se puso a pintar en el suelo.
¿Una proclama?, me pregunté mientras dudaba si acercarme o no para contemplar mejor la escena.
Decidí quedarme y verla desde lejos.
La gente alrededor del hombre le hablaba, se reían mientras él, muy concentrado pero afable con sus interlocutores, pintaba resuelto en el suelo de la Puerta del Sol.

Terminó pronto.
Igual que había venido se fue, dando las gracias humildemente a quien allí estaba, y la gente volvió a sus conversaciones, sus historias, sus lugares, pero respetando escrupulosamente el hueco donde ese hombre había estado.

Una vez que hubo desaparecido, la curiosidad pudo conmigo y me acerqué.
Imagino que debería haberlo pensado antes, pero en cuanto llegué y miré hacia el suelo lo comprendí todo.
Comprendí la llegada de aquel hombre, comprendí las huellas blancas en el asfalto que veis en la fotografía, comprendí la amabilidad entre extraños y comprendí la necesidad de aquellas marcas con aquel tumulto, con aquel gentío.

Y es que Antonio López se levanta muy temprano para pintar ese Madrid que tan bien conoce.
Y es que Antonio López necesita que esas marcas blancas donde colocar los pies y el caballete permanezcan mientras elabora su cuadro.

Después de mirar al suelo instintivamente miré al cielo, a ese cielo de Madrid que nos iba invitando a la noche.
Imagino que sonreí para mí, le hice una fotografía a aquellas marcas y me fui pensando en las huellas -las de los hombres, la de las ideas, las de la esperanza- que nunca se borran, que siempre permanecen...