Hay domingos pequeñitos, llenos de múltiples y diminutas cosas, esparcidas por el tiempo mientras los minutos pasan y tu casa se aposenta.
Esos domingos doblados en el cajón de la cocina se abren al mundo y salen por el balcón confundidos con el viento.
Y es ese aire, renovado y distinto, tan corpóreo como inasible, vale por todos los domingos inactivos.