La toalla en el suelo significa "cámbiela"
No, no hay manera.
No nos entendemos.
Han sido años de tratar de aprender su lenguaje, de poner la máxima atención a las comas de los carteles explicativos, de someterme con infinita paciencia a sus peticiones, de seguir paso a paso las indicaciones tal y como fueron expuestas, pero nada.
Nada.
Ni en el Meliá María Pita de A Coruña, ni en el Salom Inn de Bukhará, ni en el Hotel Central de Belgrado.
O es rebeldía o es una conspiración, pero las toallas de los hoteles van, no os quepa duda, a su libre y suavizante albedrío.
Y así no hay manera.
La toalla en su soporte significa "la volveré a usar"
Años después de tratar de descifrar esas enigmáticas palabras he podido comprobar, día a día, momento a momento, que hiciera lo que hiciera, ya fuese dejarla en el suelo, en la bañera, o nuevamente colgada, aquella la toalla era cambiada y lavada indefectiblemente.
Y aquello se convirtió en un sin vivir.
- "¿Por qué no me entiende la toalla?"- Me preguntaba a mí mismo, descorazonado y hundido.
- "¿Tan mal hablo, tan poco se me entiende?" -
Cualquiera que me conozca sabe que sería incapaz, ¡incapaz!, de dejar una toalla usada una sola vez para secarme en el suelo, y mucho menos si esa toalla me mira con los ojos húmedos, se pone a hablar de los litros de agua usados en todos los hoteles del mundo, de las cantidades de suavizante echados al mar, de la ecología, de las gacelas Thompson de la sabana, de Kioto y de Ángela Merkel.
A mí se me parte el alma, toalla, al ver que no nos entendemos.
Yo me voy del hotel, desaparezco en la ciudad de turno para beber té con los transeúntes, para capturar fotos de la vida extraña en los mercados, para enfrentarme a mis miedos, mis curiosidades o mis afectos, y cuando regreso al hotel mi corazón se hace pequeño.
Antes de entrar en la habitación me acuerdo de ti y entiendo derrotado que ya no estarás sobre el soporte como te dejé, sino que te habrán bajado, te habrán lavado, que habrán borrado de tu algodón inmaculado las huellas de mi piel y que ya no recordarás, desmemoriada e inútil, las caricias que no hace tanto nos intercambiamos en placer y sintonía.
Tú me lo dijiste, toalla, y yo creí entenderte. La toalla en su soporte significa "la volveré a usar". ¿Por qué me haces esto?
Las toallas de los hoteles nacieron a la par que los mismos, descansando esponjosas y tiernas, tan bien dobladas que parecían de mentira, en en frío y calculador interior de los aseos impolutos.
Son hijas de lo esponjoso y la mayoría de ellas tiene un oso de peluche vivo que las abraza cuando se sienten tristes.
Y yo ni siquiera pienso en salvar al planeta, en parar el cambio climático.
Yo pienso en la comunicación.
En las ganas que tendría de que me explicaras con la de molestias que te has tomado para que tú y yo cogiésemos confianza, con lo tajante que has sido en tus indicaciones, por qué diantres te saltas todo a la torera y dejas que unas manos desconocidas, mucho más desconocidas que las mías, te secuestren y te laven la piel y el alma.
Alguna vez he barajado la posibilidad de quedarme todo el día en la habitación, de luchar a brazo partido porque te quedes conmigo, con mi olor, y que no dejes que te bañen pese al calor reinante, a la humedad que te chorrea.
Alguna vez he barajado la posibilidad de apuntarme a una academia de lenguaje de toallas, pero sé que nunca superaré la prueba de acceso, ni siquiera la de mayores de veinticinco años.
Mi fracaso es absoluto. Mi desengaño total.
Soy un ignorante y mi vida viajera nunca estará completa.
Mi única esperanza es que las toallas de hotel no sean de verdad de este mundo, que vengan de Andromeda o más lejos, y que allí no se hable castellano.
También pudiera ser, y eso me reconforta en cierta medida, que si tuviesen cualidades extraterrestres, ellas solas, al salir yo de la habitación y dejarlas en soledad y artificio, pudiesen tener la facultad de doblarse sobre sí mismas, de absorber mi sudor y mis penas, mi agua y mis angustias para volverse hermosas y mágicas, y que es así y solo así el por qué se presentan ante mí como si estuviesen lavadas.
¡Pero entonces, toallas mías, para qué tanta palabrería!