La fotografía es un mundo demasiado amplio.
Tan lleno de matices, propuestas y proyectos que resulta inabarcable.
Pero eso, más que alejarla, la acerca a cualquier otra disciplina artística, ya sea pintura o literatura.
Todas son, y eso las hace grandes, inabarcables.
Y todo viene a que uno, en su modestia, se suele mover por terrenos conocidos.
Y también, por qué no admitirlo, se suele mover por terrenos que le resultan al fin y a la postre más atractivos.
Así que no sé si por pereza o por dispersión, pero nunca he sido de fotografiar rayos, como no he sido mucho de usar el macro.
Tampoco lo criminalizo, faltaría más, ni estoy seguro de que se pueda establecer una categoría así, tan tranquilamente.
Pero en cualquier caso mis inquietudes a la hora de la captura han ido siempre por otro lado.
Hasta anteanoche...
Y es que nada mejor que una tormenta de verano para quitarnos a golpe de lluvia todos los prejuicios.
Nada mejor que unos contundentes rayos a las dos de la madrugada para despertar el instinto curioso del "que pasaría si" y ser capaz de hacerte salir a tu terraza -con la inconsciencia del que ni trípode tiene- a intentar capturar un rayo.
Tiene algo de juego, algo de riesgo y algo de ridículo.
Quizá por eso sea adictivo.
Ayer, al mostrar una fotografía en las redes sociales, me di cuenta también del poder de sugestión que tienen estas imágenes. Como las nubes, decía yo, nos evocan formas imposibles e inventadas.
Pero tambien miedos, también sueños.
Tienen el poder de lo desconocido.
Tienen la fascinación de aquello que escapa definitivamente de nuestro control.
Apenas si son imágenes con una velocidad baja de obturación y mucho de azar y de suerte, pero algo se esconderá en nuestro incosciente, porque remueven en lo más profundo una atracción contra la que cierta intelectualidad no puede ni debe luchar...
Tan lleno de matices, propuestas y proyectos que resulta inabarcable.
Pero eso, más que alejarla, la acerca a cualquier otra disciplina artística, ya sea pintura o literatura.
Todas son, y eso las hace grandes, inabarcables.
Y todo viene a que uno, en su modestia, se suele mover por terrenos conocidos.
Y también, por qué no admitirlo, se suele mover por terrenos que le resultan al fin y a la postre más atractivos.
Así que no sé si por pereza o por dispersión, pero nunca he sido de fotografiar rayos, como no he sido mucho de usar el macro.
Tampoco lo criminalizo, faltaría más, ni estoy seguro de que se pueda establecer una categoría así, tan tranquilamente.
Pero en cualquier caso mis inquietudes a la hora de la captura han ido siempre por otro lado.
Hasta anteanoche...
Y es que nada mejor que una tormenta de verano para quitarnos a golpe de lluvia todos los prejuicios.
Nada mejor que unos contundentes rayos a las dos de la madrugada para despertar el instinto curioso del "que pasaría si" y ser capaz de hacerte salir a tu terraza -con la inconsciencia del que ni trípode tiene- a intentar capturar un rayo.
Tiene algo de juego, algo de riesgo y algo de ridículo.
Quizá por eso sea adictivo.
Ayer, al mostrar una fotografía en las redes sociales, me di cuenta también del poder de sugestión que tienen estas imágenes. Como las nubes, decía yo, nos evocan formas imposibles e inventadas.
Pero tambien miedos, también sueños.
Tienen el poder de lo desconocido.
Tienen la fascinación de aquello que escapa definitivamente de nuestro control.
Apenas si son imágenes con una velocidad baja de obturación y mucho de azar y de suerte, pero algo se esconderá en nuestro incosciente, porque remueven en lo más profundo una atracción contra la que cierta intelectualidad no puede ni debe luchar...