Por mucho que uno bucee nunca llega al otro lado, aunque lo bueno de volar en el agua es que te sientes libre y no perteneces a ningún sitio.
Ni al agua ni al aire, ni a la arena ni a la mar.
Ni a este lado ni al otro.
Igual que estas historias, que cada vez tienen menos claro dónde se sitúan.
Y luego estamos, claro, los que nos ahogamos en un vaso de chupito.
Pero esa es otra película, que hay que dibujarla de noche.