jueves, 5 de mayo de 2011

Nick Cave (4 y 4)



Nick Cave nació muy rápido porque tenía prisa.
Era 1957 en Warracknabeal, Australia, y solo dos años después nos encontramos en 1971.
Sus dos padres eran libros, ambos de tapa dura, aunque la madre -ya entonces- andaba descatalogada por los rincones de pequeñas bibliotecas que nadie visitaba a las afueras de Melbourne.

Nick Cave quiso beberse su juventud muy rápido, y en los bares siempre pedía dos coca colas. Cantaba en la catedral de Wangaratta normalmente despeinado, y se hizo zurdo para pasar desapercibido en clase de gimnasia.
Pero él siempre quiso componer.
No fue hasta mil años después, en 1975, cuando en apenas dos meses se acabaron los bolígrafos negros en el Instituto Tecnológico de Cautfield, porque el joven Nick en vez de macarrones compraba necesidades.
Y entonces fueron sus entrañas las que empezaron a salir a borbotones, camino de nuestro pequeñito rincón de ningún sitio.
Allí están.

En su garganta se escondía el secreto de una chica ("no os voy a hablar de una chica, no os voy a hablar de una chica...voy a hablaros de una chica") y el terciopelo rojo acariciaba la soledad de esa heroína que le hacía navegar por rugosas trompas de elefantes que nunca han llevado unas Camper.
Nunca hubo bosques en Londres que pudieran sostener tanto vómito.
Nunca las estancadas aguas de Sao Paulo reflejaron su luz en la superficie.
Nunca Berlín serpenteó por sus calles un laberinto mayor de sexo y desolación.
Aunque él se ataba los cordones, cuando no llevaba botas de serpiente, y se peinaba frente a escaparates de saldo. Siempre hacia atrás, siempre serio, siempre pensando en el coro de su infancia.

Nick Cave se vestía en blanco y negro.
Era el riesgo que había que correr cuando se tienen cuatro letras en tu nombre y tu apellido y Hacienda no te ha dicho nada todavía.
- Encima estás vivo. Respiras y reflejas tu imagen en el espejo-
Nick Cave siempre se piensa a sí mismo y dice frases en vez de escribirlas con saliva en el viento, usando palabras como flujo y oxígeno aunque no vengan a cuento.
Nick Cave escribe, canta, grita, llora, muerde y excluye, convertido en cartero en Liubliana, en sátiro de boulevard, en gárgola de invernadero o en camarero a tiempo parcial en un chiringuito de la costa gaditana.

Nick Cave sigue teniendo prisa.
Cuando todo ha ido tan rápido, la velocidad es tu alimento.
Cuando pasaron las canciones, las habitaciones de hotel, los sorbos de bourbon frente a una Smith-Corona, los amores desinflados por la garganta y las miradas negras que habitan en los gritos retorcidos, sólo queda un reloj para acompañarte en el escenario.
Nick Cave lo sabía, Nick Cave lo sabe.
Por eso nunca lo veremos coger el autobús en una calle de más de dos carriles. Por eso su alma viaja a una velocidad por encima de la media, y por eso sus canciones sonaron ayer y yo ya no las escucho.

"The Bad Seeds" sabe de lo que hablo: Hay semillas que queman las cosechas.
Nick Cave viajó por medio mundo destrozando faros halógenos, regando buganvillas de color magenta, abrazando perros vagabundos con costras en las pezuñas y alterando el orden de los días para que mañana fuese 1976 y salvar así todos los accidentes de automóvil que se produjeron a las 19 horas 35 minutos.
Hoy habita en el corazón de los maniquíes desvestidos. Destila el humo de los locales antiguos, y visita tumbas que el tiempo ha recubierto de porcelana.
Nick Cave sabe de lo que hablo: Hay semillas que arrancan corazones.

Nick Cave nació muy rápido porque tenía prisa.
Pero eso sí, una vez que la velocidad ha alcanzado su objetivo -los vestidos de primera comunión manchados de mercromina, las degustaciones de opio en un tugurio de Saigon, los entierros bajo la lluvia de gatos siameses, las parábolas de miel escritas con cenizas de algarrobo- todo lo demás va lento.
Y hay que disfrutarlo, Nick...