El mundo es un lugar rico en variedad y sensaciones. El mundo es un aleph, un crisol.
Inabarcable, inabordable, inmenso e infinito.
Pese a eso, como todo el mundo sabe, sólo hay dos clases de personas:
Los que baten el yogur antes de comerlo y los que hincan la cuchara directamente y lo toman compacto.
Tú, amigo lector, lo sabes muy bien.
O eres de un grupo o eres del otro.
No hay término medio...o casi...
Dentro de los dos grupos, los que tiene por costumbre batir el yogur son gente feliz, sin paliativos. ¡Viven felices aún sin saberlo!
Puede que lo muevan con la cuchara una vez abierto (tarea ardua, delicada y tenaz, hasta eliminar todos los grumos y conseguir esa textura tersa e inmaculada) o que lo agiten mientras está cerrado (acto catártico donde los haya y que nos retrotrae a Freud en la mayoría de los casos), pero ahí se acaba la historia.
Cogen el yogur, lo baten y se lo comen.
Y ya está.
Puede que la vida les regale un arco iris en cada cucharada o que su novia les dejase anteayer para irse a vivir con su mejor amiga, eso no viene al caso.
Lo baten y se lo comen.
Pero los que no lo baten...¡ay de los que no lo baten!
Ahí está el intríngulis...
Sin saber por qué siempre acaba apareciendo. No se busca, no se quiere, pero se presenta sin llamar.
Ella.
La duda.
La duda de si batir o no ese yogur de fresa...
Y la duda lo pasa mal. La duda lo pasa mal porque no sabe (está en su naturaleza). No sabe si batir o no, no sabe del por qué de su existencia, no sabe si como dicen todo era tan fácil antes de su aparición, y no entiende por qué viene al mundo para vivir tan poco rato (hasta la decisión final) y pasarlo tan mal en ese ínterin.
Vivir así no tiene sentido: ¡Bátalo o no, pero cómalo ya y acabe con mi sufrimiento! -parece decir la pobre-.
Pero el comensal de repente piensa: ¿y si no está lo suficientemente compacto? Entonces no sabe qué hacer. Y la duda, colgada de su espalda, espera que una simple cuchara, con un simple gesto, acabe con su vida.
Históricamente ha sido así.
Supuestamente no debería haber medias tintas pero siempre aparecen.
O lo bates o no lo bates, sí, pero que pasa si...
Por eso, en esos momentos en que surge la duda, el mundo entero con sus habitantes y con sus injusticias se conmueve y se estremece al unísono.
Argentina no durmió aquella noche del 78, Bill Watterson vive feliz en su elegido anonimato y en un cine de Cuenca, la próxima sesión de las 22:40 empezará a su hora.
Pero el mundo impertérrito se conmueve al unísono con una pequeña duda...
Es casi la única alegría que la duda de si batir o no un yogur de fresa se puede permitir. Saber que en apenas segundos, que durante su corta y mísera existencia, colgada de la incertidumbre de un cetrino a la espera del postre, ha podido ella sola conmover al mundo.
Y entonces se da cuenta.
Dudar.
Hay que dudar...
(y ya no sabe nada más)