Chungking Express.
Palabras mayores...
Tenía que ocurrir y ha ocurrido: tarde o temprano repetiría cine, y qué mejor que hacerlo con esta película.
Con esta delicia.
No me importa -además- reconocer que no la vi en el momento de su estreno. Si hubiese sido así habría ido más de un día, seguro.
La vi gracias a un ciclo que se inauguró aquel verano en la Fimoteca Nacional, ubicada en el madrileño Cine Doré, ciclo que aún hoy continúa todos los veranos y que lleva por título "Si aún no la has visto".
Y yo fui, aquel verano de 1995 porque, efectivamente, aún no la había visto.
Y lo que vi fue un cine casi vacío, Madrid en verano, a primera sesión de cuatro de la tarde.
Y lo que vi fue cómo las luces del techo se iluminaban precediendo a la magia que estaba a punto de producirse.
Y lo que vi, lo que sentí, lo que me atrapó aquella tarde fue la historia (bueno las historias, bueno la historia, bueno yo me entiendo) que se proyectaba ante nosotros.
Chungking Express son dos historias pero fundamentalmente es una historia (la segunda, claro).
Unidas casi por un roce, la primera actúa de preámbulo inquieto para aposentarnos incrédulos y extasiados ante la segunda.
Las dos historias son historias de amor, pero con la segunda no hay quien pueda.
Arrastrados en la vorágine de ensaladas en puestos callejeros, llaves que abren puertas, aviones y azafatas, policías pardillos y dependientas fascinantes, nos dejamos llevar en esta historia-viaje hasta donde nos lleven. ¿Hasta California? Quizá hasta el cielo.
Hacía calor en Madrid. Calor como el de este verano, calor como el de todos los veranos. Un calor que agota y adormece, un calor que puede con casi todo.
Menos mal que inventaron los cines, tan necesarios en el día a día, absolutamente imprescindibles en verano.
Contra el calor: la magia. Contra la desidia: los sueños.
En la mitad de la década de los noventa yo no podía saber ni por asomo los viajes y las latas de piña caducadas que habría de comerme en adelante, pero veía aquellos juegos cotidianos (el trapo que llora, cambia y se encoge, los muñecos de peluche que ya no son los mismos, correr para sudar en vez de llorar), veía aquellos juegos como quien lee a Cortázar sin parar de frotrarse los ojos.
Cuenta la leyenda (no sé si es verdad pero me gustaría pensar que sí) que la película fue pensada, rodada, montada y estrenada apenas en tres meses, en mitad de la pos producción de "Ashes of Time" (que por cierto vi también este verano en los cines de Madrid).
Poco tiempo y mucha magia.
Así sí.
Won Kar-Wai ha seguido -más o menos- en su línea.
Películas maravillosas como "In the mood for love" o la reciente "My blueberry nights" nada tienen que envidiarle, pero yo me quedo con "Chungking Express" sin saber muy bien por qué, por el encanto y la sorpresa de la primera vez, por el difícilmente inigualable personaje de la camarera, por la repetición una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez de la canción California Dreamin' de "The Mamas & the Papas" o por la primera frase que se escucha en la película, y que aún hoy retumba en mis oídos:
"En el punto más cercano de nuestra intimidad, estuvimos sólo a 0,01 cm el uno del otro. Dos horas más tarde, me enamoré de esa mujer..."
No dejéis de verla.
Sergio nos la volvió a regalar en el ciclo de cine de la Escuela de Arte, y no envejecen las emociones transmitidas, la curiosidad y la esperanza escondidas en cada fotograma.
De algún modo todos esperamos que nos valga ese billete lavado que nos lleve a ningún sitio. O tal vez a California.
Os dejo con el trailer: