Como los días impares.
Como una llamada a destiempo.
Como cuando bailas sin saber sólo porque estás borracho.
Como ese momento tantas veces repetido en que te vas de un bar justo antes de que entre en él la mujer de tu vida, esa a la que no conocerás nunca.
Así son los interruptores pares.
Habitan en el corazón de una alcachofa, y nos lo podemos encontrar en los dormitorios amplios, en los hoteles de abolengo, diseño y postín.
A la entrada del dormitorio ahí tienes a su malvado archienemigo: un único interruptor, solitario, soberbio y armónico.
O sobresale su parte inferior o lo hace la superior.
Enciende o apaga la luz general del dormitorio, siendo ese su único cometido.
Y él permanece tan digno.
Pero otra cosa es el par de interruptores que hay al lado de la cabecera de la cama. Porque uno apaga o enciende esa misma luz general, pero el otro coordina la pequeñita luz que acolcha lectura y sueños.
Y no hay manera de ponerlos de acuerdo.
Porque si estamos todavía levantados, encendemos y apagamos desde el interruptor solitario, pero si vamos a acostarnos encendemos desde el solitario y apagamos desde el par.
Y así los interruptores bailan sin parar.
Que sobresalga la parte de arriba ya no es indicativo de nada, y cuando se funde la bombilla crece nuestro desconcierto.
Pero con todo lo peor es la desazón que habita en el corazón del otro interruptor, el de la luz pequeña.
Ese interruptor que se sabe tenue, ese interruptor que quiere abrirse al mundo y no puede.
Ese interruptor ve cómo su pareja baila un baile imposible a su lado y no hay manera de ponerse de acuerdo.
Como los días impares.
Como una llamada a destiempo.
Hay insomnes que se levantan para apagar la luz siempre desde el interruptor solitario solo para que los pares permanezcan juntos y simétricos, en armoniosa balanza.
Pero esos durmientes son los menos.
Los más se dejan llevar por la pereza, el sueño, el no pensar.
Y así pasan la vida los dos interruptores pares, evitando ese encuentro en el bar de la noche, en el corazón de la oscuridad del sueño.
Así pasan su vida de interruptores.
Maldiciendo su suerte, entre bailes y desencuentros.