lunes, 21 de mayo de 2012

Las Cuevas de Nerja en pleno Vietnam, o la necesidad de compartir el asombro
















Mucha gente me lo pregunta y la respuesta es siempre la misma: no.
No sé si será por carácter o por costumbre, pero la verdad es que viajar solo no es, en absoluto, un problema para mí.
Aunque hay veces...

Esta es la historia de una de esas veces.
Y no se trata tanto de sentir la soledad, de necesitar el contacto humano, de encontrarte perdido y añorar una palabra de ánimo.
No en esta ocasión.
Esta historia, divertida y absurda, habla de cuando surge la necesidad de compartir algo. 
Como cuando sales del cine y quieres comentar la película. Pues eso.

Vietnam, 2009. Bahía de Halong. Uno de los lugares más irreales que he visitado nunca.
Navegando entre los más de 3000 arrecifes, el calor, el asombro y la humedad no paran de crecer.
Hacemos una pequeña incursión en una de las islas para, nos dicen, ver unas cuevas.
Y fue entrar en la sala central que mi asombro y mi entusiasmo se dispararon por igual.
¡Aquel lugar era igual que las Cuevas de Nerja!

Ya no me bastaba con hacer unas fotografías -como esta- que lo sustentase. 
Yo lo tenía que compartir.
Pero claro, entre vietnamitas, franceses y canadienses no era fácil encontrar a alguien que conociese las cuevas de mi pueblo.
Pero entonces ocurrió.
Más o menos.
A mi espalda, una pareja joven miraba igualmente asombrada la cueva.
Y escuché, claramente, como la chica le decía a su novio: "¡Mira!", señalando una estalactita.
Y ahí lo vi.
Vi la oportunidad de compartir, de buscar complicidad, de hablar con alguien y contarles lo que estaba sintiendo.

Así que un poco atropelladamente, algo nervioso y excitado todavía, acerté a decirles algo así como: "Perdonad, pero tengo que decírselo a alguien. Yo soy de Nerja, y no sé si conocéis sus Cuevas, pero es que esta es muy parecida!"

No sé por qué, pero lo sentí con antelación. 
Sentí, como tantas otras veces, que había metido la pata.
Quizá fue la mirada de la chica, la incredulidad en el gesto del chico, pero lo que sin duda me reafirmó en esa sensación fue comprobar como ella ponía su mano en mi hombro -¡en mi hombro!- y me decía, tranquila y pausadamente: "Ahorita no más quizás deberíamos decirte que somos de México" con un acento bastante definitorio.

No me dije aquello de tierra trágame porque estaba en una cueva y podía cumplirse de verdad.
No recuerdo si les dije cuatro o cinco veces "perdón", me giré y busqué perderme entre un grupo de coreanos, pensando que había alguna posibilidad de que ellos sí hubiesen estado en Nerja y, si bien no podríamos comunicárnoslo, al menos podríamos compartirlo telepáticamente.