domingo, 6 de mayo de 2012

Bette Davis (5 y 5)





















Cerró sus párpados.
Al nacer, Bette Davis cerró sus párpados y permitió que el mundo la contemplase a ella.
Luego de ese pequeño instante de contemplación, dejó que su barbilla acariciase su hombro en señal de coqueta galantería y vació sobre el anestesista el cargador del revólver que Harlow Morrell, su padre, se había dejado olvidado en la mesilla de noche de aquel hospital de Lowell, Massachusetts, el 5 de abril de 1908.
Luego de firmar el acta de nacimiento y defunción en un mismo impreso -el TCBD45023008- fue a su camerino a maquillarse.

Bette Davis quiso bailar y se entrenaba saltando al elástico con sus compañeras de la E.G.B.
Un día vinieron los dueños de una fabrica de leche (con quince empleados y ciento cuarenta y tres vacas) para regalar el desayuno y al ver sus trenzas la quisieron para un anuncio.
- Déjalos que te miren- le dijeron con aquel bigote blanco.
Y Bette dejó el elástico, dejó la danza para encarnar a mujeres, niñas, amantes, locas, perlas, madres, divas y misterios.

Sucedió una noche que, cautiva de deseo, paseó sonámbula por un bosque petrificado en busca del mal que ella sabía.
Y lo encontró.
El mal, en su sabiduría, le dijo que abriese los párpados y mirase al mundo. Y ella enloqueció aunque no se lo dijo a nadie.
El segundo consejo del mal fue que no dejase entrar la televisión en casa hasta que esta fuese en color, y por último le advirtió que triunfaría en las películas donde tuviese una hermana.
Ella regresó a casa, abrió la nevera para servirse un vaso de leche fría y absurda y se pintó los labios de rojo, con un carmín que había robado en la Warner Brothers.

Como buena mujer marcada fue la loba desnuda de Eva, y en una carta encontró su infancia de adulterio, muerte y hospital.
A nadie le importaba que fuese triste a dormir, con un camisón de seda comprado en Tánger.
A nadie parecía importarle la melancolía de las colillas que sus cigarros proponían a los contenedores de Sunset Boulevard, y nadie pareció nervioso cuando volvió a cerrar los párpados diez años antes de su muerte.

Cerró sus párpados.
Diez años antes de morir, Bette Davis cerró sus párpados pensando en la insolente biografía que alguien había escrito sin la gallardía ni el temple necesario para usar, una vez y aunque fuese la última, la palabra ojos.