Un viaje está siempre lleno de rostros.
Rostros que indagan, rostros que se pierden, rostros curiosos o que se desvanecen. Rostros a pleno color o en blanco y negro.
Rostros misteriosos.
Rostros hermosos, hermosos rostros que fascinan desde el otro lado. Rostros marcados por el tiempo, ese que se posa en la piedra y en la piel con igual vehemencia.
Y en el rostro está siempre la mirada.
Aquella que se deja llevar por otro rostro, aquella que se pierde, aquella que viaja en el viaje, que sueña en el sueño.
Miradas pícaras, miradas serenas.
Rostros de miradas profundas que de inasibles nos superan.
Y con mil historias detrás que uno quisiera siquiera intuir aun sabiendo que no se puede.
Miradas en la calle abiertas al cielo y a la noche.
Un viaje está siempre lleno de miradas, y es que en eso -como en tantas otras cosas- tampoco es tan diferente a la vida.