Son las líneas las que juegan con uno.
Las que rebosan, las que se cruzan ad infinitum, las que se abren al cielo.
Es el Louvre, ni más ni menos, aunque al final no sea sino las ganas de jugar, el coqueteo con los modos de fusión, revolver con el blanco y negro y la inversa.
Reconvierto la pinacoteca en Eiffel y vuelve el siglo a crecer frente a nuestras inseguridades.
Las fotografías, disparadas ya hace más de un año, se reconvierten en otras a través del juego.
Y yo, ingenuo y perverso, dejo que me partan el alma.