Entre la primera imagen y la segunda apenas si pasaron diez segundos.
Lo recuerdo como si fuese ayer.
La Habana, Cuba, agosto de 2006. En la calle Compostela.
Lo he dicho alguna vez: un fotógrafo de viajes es (o debe ser) sobre todo un viajero.
Es la curiosidad, la necesidad, el no desprenderse del asombro, las ganas de conocer, el disfrutar de una calle, una mirada o un paisaje.
Y un viajero es (o debe ser) con o sin cámara, un observador.
Ya sea en un museo, en un parque, en un mercado o en la calle. Hay que saber mirar para disfrutar de lo que te rodea.
Entre la primera imagen y la segunda apenas si pasaron diez segundos.
Iba andando por la calle Compostela y casi sin querer vi la fotografía (la primera).
Los dos coches aparcados justo en la separación de los edificios, el juego de colores, la textura de las paredes.
Era una imagen de pura composición y equilibrio, con un innegable peso del color.
Y ahí estaba yo, midiendo, encuadrando y disparando cuando imperceptiblemente ocurrieron dos cosas al mismo tiempo: la primera, que sí se observa en la imagen, fue una señora que abría el ventanal de uno de los edificios para asomarse a la calle. La segunda fue que escuché los gritos y la algarabía de unos niños que venían corriendo a mis espaldas.
Entre la primera imagen y la segunda apenas si pasaron diez segundos.
Había disparado ya la primera cuando volví a ver la fotografía en mi cabeza (la segunda).
Ya no era pura composición sino que intervenía el elemento humano.
-Que los niños crucen- dije para mí.
Los sentía correr y sabía que si entraban en el encuadre la dimensión de la imagen sería otra distinta.
Apenas cinco segundos.
La señora ya había abierto el ventanal y observaba con esa tranquilidad cubana lo que la calle le ofrecía.
Desde el visor vi a los niños entrar en el encuadre y corriendo con una asombrosa coordinación comprobé cómo la flexión de las piernas se producía al mismo tiempo.
Tres, dos uno.
Apreté el disparador, tampoco tiene tanta historia.
Entre la primera imagen y la segunda apenas si pasaron diez segundos.
Supongo que la primera estuvo ahí mucho tiempo (ese tiempo que en La Habana transcurre lento), pero la segunda solo sucedió en un 1/60 de segundo.
Y tuve la suerte de estar ahí para captarla.