Nació, sí, y mira que le dije que se quedase viendo la tele toda la tarde.
Pero aquel 19 de mayo de 1925 el muy hagoloquequiero de Saloth Sar se echó al mundo y por poco no lo acaba tirando por la montaña de Prek Sbauv sin medir siquera distancias con un metro.
Nació, sí, y tratamos de esconderlo en un bosque amarillento de luciérnagas negras.
Pero él sabía de las madrigueras de los topos, sabía de los túneles roídos por las ratas infectas de los vertederos y no hubo manera ya de pararlo quieto.
Se fue a vivir con sus padres y mira que le dije que se quedase escondido detrás de aquel muro contando hasta trescientos mil cuatrocientos trece millones hacia delante y luego hacia atrás.
Pero no hubo manera.
Sus padres lo mandaron con su hermano mayor a Phnom Penh, y fue allí cuando le creció un uniforme gris que se adhirió a sus entrañas, impidiéndole respirar con normalidad.
Su única pelea en el instituto acabó con los sótanos en llamas, preludio de un caluroso verano que no iba a terminar en los siguientes cuarenta y cinco años.
Luego él fue al baile, pero las cenizas no parecían ni por asomo los confeti multicolor de las verbenas de Camboya.
No mucho después conoció a Ho Chi Minh, y fue su escalonado orden de letras (2, 3 y 4) lo que le hizo cambiar su nombre a Pol Pot, que teniendo 3 y 3 le otorgaba ese aura simétrico del que careció toda su vida.
Quiso dirigir un país entero, sí, y mira que le dije que se metiese las manos en los bolsillos y que tratara de imaginar cómo las hormigas carcomen la tierra para llegar a guardar el alimento del invierno.
Pero hete ahí que el Pol hizo de Pot y el Pot hizo de Pol y no la lió parda porque la lió roja. Roja de sangre y muerte, roja de penurias y venganza, roja de auto genocidio inducido, barbarie y sinrazón.
Y los buenos (ya se lo dije yo) que tampoco acompañaron.
Hubo acacias entre fosas comunes, mirnardices de mazapán caducados entre el bambú más seco que haya conocido el oriente, lichis de púas venenosas convertidas en castañas de fuego y hiel.
Nada era lo que hubiera podido ser, y más rabia da si se piensa.
Hubo ejércitos luchando para nada, enemigos vestidos de estúpidos queriendo imponer sus mentiras frente a otras más grandes, hubo guerras injustas que las pagaron quienes siempre las pagan los mismos (sin intereses, ni déficit ni deudas) con la más absurda de las muertes.
Hubo deshidratación.
Hubo cadáveres apostados en las cunetas vacías.
Hubo fantasmas tristes con calambres en los pliegues de las sábanas.
Hubo mucha muerte envuelta en cerrazón que no condujo sino a la devastación de todas las violetas.
Y hubo más silencio del que cabe el El Quijote.
Todo acabó acomodándose de nuevo entre el verde renacido.
Pol Pot fue a morirse y yo le dije que sí, que ya era hora de que dejase de leer el Pronto.