sábado, 27 de julio de 2013

365 irrefutables razones que nos llevan a pensar que los mayas tenían razón y el fin del mundo llegó el 21/12/12 (XXXI)


211) Porque el mundo estaba harto de ser ninguneado en las tertulias que todo el sistema solar tenía en el Café Gijón los jueves a las 17:30 horas.
Siendo objeto de chufla y oprobio, sintiéndose el hazmerreír de los planetas, la Tierra se cambió de nombre el 22 de diciembre, yendo al registro de Matalascañas -que le pillaba de paso- e inscribiéndose como "El planeta anteriormente conocido con la Tierra", en espera que ese renacimiento ficticio hiciera reverdecer leyendas épicas de un pasado glorioso.
Mientras espera que eso ocurra, triste y un poco compungido, toma cervezas con sabor a aluminio en las barras del Palentino, mientras su larga bufanda blanca espera en el perchero del Café Gijón mientras el resto de planetas escucha Prince como si nada pasase. 

212) El fin del mundo llegó porque alguien lo llamó, si no de qué.
Y si hubiera algún interés por el tema, los gobiernos rastrearían las llamadas del día anterior en todos los iPhones (sin duda vino de ahí, lo sabe todo el mundo), pero los políticos de turno están demasiado ocupados viendo fútbol, llenando de cloro las piscinas, tomándose su Magnum Almendrado y, huelga decirlo, haciendo a los ricos todavía más poderosos.

213) Porque el mundo se levantó ese infausto día con esa sensación desagradable de tener la piel reseca, vencida de los años, acartonada por haber tomado el sol sin la protección suficiente, sin ganas de afeitarse y de hacer que el océano atlántico bañase sus legañas.
Apático, reseco, lleno de hastío hasta en sus fallas decidió que no serían la piscina, ni un tinto con limón, ni siquiera los pétalos de rosa en forma de caldo del Guadiana los que alegrarían su día.
El mundo decidió ser serpiente y cambiar de piel. Desechar la corteza, la litosfera y hasta parte de la astenosfera aunque ello motivase el llevarse por delante esos diminutos bípedos que corren todo el día de aquí para allá, sin tener claro lo que cuesta una mascarilla protectora.

214) Y yo qué sé, pero si alguien me dice que lo vio, si alguien me dice que lo ve, que me diga donde está.

215) Porque Griñan dijo que no pasaba nada. Porque en Tele 5 dijeron que no pasaba nada. Porque la plantilla del Hotel Hesperia de Sevilla dijo que no pasaba nada. Porque dos lacasitos caducados del estante de un Covirán se miraron en la penumbra del supermercado y se dijeron que no pasaba nada. Porque el fantasma de un perro en celo abandonado por su dueño en los bosques de Cerro Gordo se dijo a sí mismo y a un pino con forma de avestruz que no pasaba nada.
Porque el mundo cogió entre sus manos un frasco de arsénico por compensación y, resacoso y triste como estaba por el abandono prematuro de Miranda Carmona de los estudios de Física, se susurró en forma de viento que no pasaba nada.
Y porque luego llegó Mourinho y, aunque dijo que sí que pasaba, nos convenció a todos de que no era culpa suya.

216) El fin del mundo llegó por confundir el cristal con un espejo, cuando quiso correr camino de su propia esencia e hizo añicos la imagen que de él teníamos.

217) Porque nervioso como estaba (como estaría cualquiera, por otra parte) en su primer atraco a un banco, Miguel Arrebola, de catorce años de edad, se abalanzó sobre el cajero abierto de la sucursal de Bankia con el cuchillo de untar la mermelada de albaricoque y gritó a pecho descubierto:
¡La bolsa o el fin del mundo!, por mucho que hubiera estado ensayando la noche anterior no sé qué de la vida.
Y claro, con lo agarrados que son en Bankia, las consecuencias fueron más que imaginables.