lunes, 17 de junio de 2013

Viaje a Oporto (I)








Oporto fue, sin duda, el viaje "Instagram".
Una vez que lo había probado estando en Japón (como ya conté en esta entrada) creo que ya se ha convertido -pongámosle el nombre de la aplicación que toque en cada momento- en un compañero más dentro de la maleta.

La inmediatez, poder colarme en lugares donde antes no me atrevía, cómo convertir en buenas fotografías que no lo son, el juego (el juego, siempre el juego) y la facilidad que aporta el no pensar demasiado.
Es un cambio, a mi modo de ver superlativo, y aunque perdamos en calidad, todo lo demás son ventajas.

Oporto fue, además, semana entera de lluvia que no cesa, y aquellas condiciones ayudaron a que la cámara "buena", todavía siempre al hombro, saliese poco de su escondite.
Me sentí más voyeur y menos fotógrafo pero qué importa.
Todo son nombres.
Son solo nombres. Qué es un fotógrafo sino un voyeur.

Lo que queda es viajar.
Todo lo que queda, lo que siempre queda, es viajar: sentir el ritmo de una calle, el valor de una cuesta, el río que une y divide, la melancolía instalada, el sabor del bacalao, la placidez de una cafetería, los olores del mercado, literatura en las esquinas, el vino denso que para los relojes.
Si las fotografías desprenden un poco de eso bien. Si no, a mí me devuelven a los lugares donde sentí todo aquello, y, nombre de aplicaciones aparte, con eso me basta.