domingo, 30 de junio de 2013

365 irrefutables razones que nos llevan a pensar que los mayas tenían razón y el fin del mundo llegó el 21/12/12 (XXVII)


183) Porque el fin del mundo había sacado un ticket para llegar a la Tierra una primavera del 2412, que tampoco es que tuviera mucha prisa (y más si estaba Adelina masajeando su cuello en un agujero que por no ser negro era gris marengo).
Pero cuando el fin del mundo se duerme la siesta en verano, sin saber por qué, se levanta con unas legañas de esas que duele quitarlas y que dificultan separar los ojos, entender la vida.
Aquella tarde, todavía dormido, sin saber ni quién era ni dónde estaba, legañoso y mentidero, el fin del mundo creyó ver 2012 en vez de 2412 en los billetes que estaban en la mesita, se puso los pantalones naranjas a cuadros y salió pitando camino de una cita adelantada, de un viento huracanado, de terremotos y hundimientos, de desastres varios, de muerte y devastación unidos a una serie de catastróficas desdichas.
El fin del mundo llegó, maldita sea, adelantado 400 años por unas legañas.

184) Cuarenta grados a la sombra y subiendo. Sí, el mundo acabó y ¡estamos en el infierno!

185) Porque Fons Piñero salió indemne de tres operaciones distintas, en los años 2009, 2010 y 2011.
La primera fue para extirparle un riñón que se había vuelto de color magenta y que donó a su hermano Joan con motivo del tercer aniversario de su boda flamenca. La segunda operación fue programada para cambiarle el aceite, bastante deteriorado, ya que su motor de quince caballos se sobrecalentaba al despendolarse por la Ruta 64 entre Thelmas y piedras, y la tercera operación fue una división de números con decimales, bastante complicada para quien no tenga práctica.
Fons Piñero superó las tres operaciones con nota y eso lo relajó. No se esperaba una cuarta en el 2012, aquella en que tendría que salvar al mundo en una operación a vida o muerte y él que estaba viendo Los Soprano.
La de embestidas de furia y el desastre más desastroso todavía se recuerdan en Tortosa, la patria chica de su mujer Arancha.

186) Fantástica Imposición Neurocirujana. Mira Un Níspero Desesperado Olvidado.

187) Porque la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero. Y harto de vivir entre las diapositivas y el Google, el bueno de Agamenón le dijo a su porquero que se iba de viaje a Benidorm, a un hotel con Spa y pulseritas de esas que dan vía libre a los gintonics.
El porquero, sabiendo que Agamenón tenía las cuentas embargadas por la malversación de su padre Atreo, se dijo que el mundo de la mitología era un acabose.
Un acabose.
Y aquello era una verdad como un templo, la verdad.

188) Porque para fastidiar planetas no había nadie como Eleuterio Efrén Verdejo Cifuentes, que trabajaba de Boy en un club nocturno a las afueras de Lisboa.
Y es que de profesional formal (encurtidor de pieles y palmero en un tablao), gran cumplidor en su trabajo, la noche que le daba por salir a hacer sus pinitos desvestidos, la liaba parda y era consecuentemente expulsado de todas las farmacias y bibliotecas habidas y por haber.
Cuando la liaba -por el alcohol y el exceso de vanidad- le daba por escapar volando y retar a Iron Man (pero no a un Iron Man normal, no, a Iron Man 3) a ver quién es capaz de empujar un planeta más lejos de su órbita.
Un mal día no recordó haber tomado la Micebrina caducada que tenía en la despensa, y su ultrafuerza nos expulsó camino del sol, en una fría navidad a la que le quedaba poco.

189) Porque había un sonido grave y de lenta parsimonia, que se denominaba a sí mismo el Refrenster, que bajo una frecuencia inaudible desayunaba todos los días un zumo de naranja con media de tomate en la Plaza del Olvido.
Ninguna máquina desarrollada por el hombre había sido capaz de captar su frecuencia, por lo que siempre acababa yéndose sin pagar con el regusto de la naranja en sus ondas.
El Refrenster, aquella mañana de diciembre, notó cómo el ajo curado del aceite que acompañaba a su tostada le dio un empujón de coordenadas más allá del Pleistoceno, y quiso besar a la camarera que durante cuatrocientos cincuenta y tres años había preparado la chapata al dente más esponjosa que se recuerde. 
Y ese beso creó un vórtice, y el vórtice un eructo. Todo lo demás se recoge en los libros de la Historia Antigua como una inevitable destrucción que acabó en silencio.