sábado, 29 de junio de 2013

Para y lee.


A las afueras de la muralla de Hue.
A la sombra.
Da lo mismo si es un periódico, un libro o una revista.
En un descanso del camino, resguardado del calor y la humedad que asfixian el paso, un hombre lee.
Tan sencillo que asusta.
Lee.
Lee y es entonces cuando el mundo (para él que lee, para mí que lo observo) desaparece.

Siempre me gustó esta imagen, y lamento no haberla mirado, ahora que lo pienso,  con mejores ojos aquel día.
El hombre absorto, el paisaje imponente y, por encima de todo, la significación de la lectura.
El hombre lee y yo lo miro, y mientras lo miro añoro el leer y froto sin querer el libro que llevo en la mochila, queriendo ser yo el hombre que lee, y leer a la sombra hasta que me duelan los ojos.

Leer.
Leer como quien viaja y bucea entre líneas, como quien para el tiempo, como quien ofrece placidez a las inclemencias de un tiempo bochornoso, como quien aporta una serenidad al paisaje que ya de por sí reposa.
Leer sin importar cuánto tiempo, leer sin pensar en la hora de la comida ni en las obligaciones de la casa, y leer y solo dejar hueco para sentir esa mínima brisa que a la sombra se convierte en regalo.
Leer sabiendo que no hay nada mejor en el mundo.

Yo, con algo de vergüenza lo digo, siempre tuve que obligarme a leer. Lo reconozco.
Pese a cómo lo he disfrutado y lo sigo disfrutando, pese a las infinitas alegrías que me ha ofrecido el bucear entre tantas historias, tantos mundos, tantas almas, mi cabeza navega y divaga por otros mundos. Leer, me temo, va adscrito a un ritmo que (a veces) pienso que no me pertenece.
Y por mucho que lea todo me parece poco.
Pero por eso tengo que parar. Por eso me obligo a parar. Porque parar es bueno y leer es, reconozcámoslo, absolutamente necesario.
Paro y leo para volar y evadirme y correr e imaginar sin freno.
Paro y leo para escapar.
Paro y leo para atrapar una nube, para resolver un misterio, reír a carcajadas o contar las patas de un elefante de mentira.

Quizá por eso es en vacaciones cuando más devoro los libros, las novelas, los cuentos y los cómics. Porque ese mañana que no existe me da la mano y me relaja. Porque el tiempo se frena y yo me freno con él. Porque busco la sombra sabiendo que en la sombra están todos los misterios.

Y así vuelvo la vista sobre la foto.
A las afueras de la muralla de Hue, en Vietnam, allá por el 2009, un hombre lee.
Hoy inauguro mis vacaciones con un libro en la mano. Hoy inauguro mi asueto con las ganas de encontrar un parque, una playa, una sombra, una cama, un bosque, una hamaca.
Con las ganas de cerrar los ojos y que las palabras, con una mínima brisa, se me metan dentro.