A veces pienso que la vida entera está un mercado, que no hay mejor hogar, refugio más seguro.
Como aquel que se acaba de mudar y busca en el lugar donde comprar las patatas un asidero a su rutina, yo necesito de los mercados en mis viajes.
Son la puerta de entrada a una nueva cultura.
Son el microcosmos expandido.
Son los sentidos, todos, desparramados y excesivos.
A veces pienso que la vida entera es un mercado.
Con sus miradas de soslayo, su intercambio perpetuo, su ritmo pausado y frenético a un tiempo.
Tiene el mercado los colores reflejados, los olores concentrados, el tacto expandido a la piedra y las esquinas.
Es el mundo animal, son las verduras y nosotros mismos.
Nos permite vernos en un espejo de agua y balanzas, del omnipresente dinero, del tránsito como excusa.
A veces pienso que la vida es una gran excusa.
Sí.
Como los mercados.