miércoles, 5 de diciembre de 2012

El medio limón chuchurrío que habita en la nevera


El medio limón que habita en la nevera tiene ya ochenta y cuatro años.
Demasiado tiempo, demasiada amargura comida para sí.

Había vivido feliz en un invernadero de Almería, aún recuerda emocionante y esplendorosa su etapa en el mercado de la Corredera, pero un mal día alguien lo compró por unas malditas monedas de plata. 

Después de eso, ya en casa, aquello que debía haberse convertido en su hogar resultó ser su infierno frío y eterno.
Un Gintonic cualquiera, una dorada a la plancha o la manía de inventarse postres con el aguacate pudieron cortar de raíz su esplendorosa vitalidad.
Él ya ni recuerda qué fue.
Su otra mitad exprimió lágrimas de amargura y fue directa a la basura con la lozana sensación del deber cumplido. Pero el sabor verdaderamente agridulce que quedó en él, en esa mitad no usada, que fue condenada a cadena perpetua entre los helados recuerdos de un bote de mahonesa y los hijos ovalados de aquella gallina clueca.

El medio limón chuchurrío está triste y ni llorar puede.
Ha visto encender la luz de su gélido hogar cinco o seis veces al día y nada. La imponente mano que entra a saludar recoge cocacolas, jamón de York, zanahorias, yogures de coco y zumos con leche pero ni a rozarla llega nunca.
No percibe una coronita que aliviar su estancia, y no puede evitar la desazón que da ver de refilón al aceite de Módena adueñarse del control de las ensaladas.

Más de una vez ha intentado la rebelión pero nunca fue posible. Enraizado el jengibre, dispersos los taquitos de bacon, agrio como ninguno el vino de mesa que habita en la nevera.
Con esos compañeros de celda crece inevitable su amargura.

Hubo también un tiempo en que esperaba que podría bastar con que le limpiaran la cara, con cortar esa fina capa seca con la que se protege y que le dejasen mostrar todo su poder en un esponjoso bizcocho de cumpleaños.
Pero son los años los que pasan con ese resquemor que se mete muy adentro.
Y se siente un Walt Disney fracasado en su hibernación, se siente reencarnación de taxidermista, se siente piel sin alma a la par que su humor se vuelve cada vez menos cítrico.

Es tal su desazón que no se da cuenta que en todos estos años el limón se ha convertido en nuestro espejo del tiempo. Que nos muestra cómo las arrugas de nuestras manos, las canas de nuestra barba y las entradas de nuestra frente crecen al mismo ritmo que la sequedad de su corteza.

El medio limón que habita en la nevera, si acaso, solo acierta a adivinar, convertido ya en piedra por el devenir de los días, camino de una basura que se convertirá en su último tormento, comprenderá digo que ha absorbido, durante estos años, todos los olores del universo.
Y morirá siendo Alehp, su única alegría...