Hay días en que hacen falta.
Y para eso están.
Hay días -y sabes que va a ocurrir, en mayor o menor medida, con más o menos intensidad- en que echas de menos el viaje.
Lo echas de menos lo mismo que alguna vez, durante el mismo, lo echaste de más.
Echas de menos el sentirte perdido, el dejarte sorprender, el gusano pequeño que recorre tu cuerpo. Echas de menos los rostros anónimos, las esquinas de una calle, las manzanas de aquel mercado, sí, hasta las voces metálicas del suburbano.
Hay días en que hacen falta y es entonces, ya en tu casa y adaptándote a la rutina, que recurres a lo que puedes.
Que si el incienso.
Que si cerrar los ojos.
Y sí: que si las fotos.
Las fotografías son el refugio nostálgico para el viajero que no puede. Son agentes que activan y filtran los buenos recuerdos. Las que nos anclan y también las que nos proyectan hacia nuevos rumbos. Imprescindibles para completar el viaje una vez terminado.
Hay días en que hacen falta -las fotografías- y recurres a ellas.
Para eso están.