Un miércoles de febrero de 1938, el casi adolescente Saul Bass sueña por primera vez en su vida con Carl Jung, sin siquiera saber quién era éste.
Solo se da cuenta que -como él- aquel hombre sabio tenía cuatro letras en su nombre y en su apellido, con lo que decide confiar en él aunque fuese telequinésicamente.
Atormentado los meses siguientes por el rayo que mataba un árbol, por el río que se convertía en mirlo y por la cama podrida que acogía a su prima, decide viajar a Europa y visitar a aquel hombre cuya figura y sombra adornaba cada esquina de sus pesadillas.
Recién llegado a Alemania, un guarda de tráfico de Munich le dice que no, que el señor Jung está de viaje por la India, que mejor vuelva en unos cinco años.
Saul Bass regresa a un Nueva York en blanco y negro para dibujar e inventar mundos que lo ayudasen a escapar de sus sueños.
Sus mejores amigos todavía recuerdan hoy cómo en 1945 se levanta sudoroso a las cuatro y media de la mañana, tras haber soñado que convivía con un monopatín y un pato violeta en un piso de estudiantes de Nantes, y al dirigirse a la nevera para comer algo, se encuentra, sentado en la cocina y con los pies encima de la mesa, a un Jung ya anciano pero con la solvencia que da el parecer un holograma.
- Pareces un holograma - es lo único que acierta a decir Saul.
- Es que lo soy - replica Jung.
Si entrar en muchos detalles, Carl Jung le cuenta a Saul Bass que, enterado de su visita fugaz e infructuosa a Alemania, ha decidido comparecer mediante viaje astral para conocerlo en persona y robarle unos cacahuetes de la despensa.
Y le propone un trato que el bueno de Saul no se atreverá a rechazar.
Jung le ofrece quedarse allí, como espectro desdoblado, para ahuyentar los malos sueños de tintas de calamar y niñeras de carmín que tanto lo atosigan.
La respuesta que sí es inmediata, pero el médico suizo le advierte que su espectro sólo podrá quedarse con la apariencia del señor patata.
Aunque a Saul Bass le dé la risa en ese momento, deciden celebrarlo con una cerveza por mucho que nada haya de picar, pues Jung ya había acabado con todos los manises de la casa.
Praderas de cobalto, adolescentes tomando un helado en la quinta avenida, piscinas llenas de flotadores naranja. Esos serán los sueños que tendrá Bass a partir de ahora.
Y Hitchcock su única pesadilla.
Por mucho que el auténtico Jung muriera en 1961, su espectro con forma de risible tubérculo siguió acompañando a Saul hasta el fin de sus días.
Y, aunque fuese un poco coñazo porque insistía en colaborar en sus diseños (pon más rayas aquí, ese cuadrado es muy irregular) al final, cosas de la rutina, se le acabó cogiendo cariño.
Desde que Saul Bass muriese en 1996, hay un señor patata semi transparente, psicoanalizando a los adoquines manchados de moho de los aledaños de Central Park y diciendo no sé qué de Freud. Busca dueño. ¿Quién lo quiere?