domingo, 2 de septiembre de 2012

Justin Bieber (6 y 6) y Yasser Arafat (6 y 6)


Si pudieses bajar a los sótanos del Pentagono y consiguieses pasar los tres controles de seguridad con varios test de Nolan, análisis de sangre y una última prueba de verificación de retina incluida, tendrías la posibilidad de acceder a los documentos secretos más devastadores que Gobiernos de toda índole (empezando por el norteamericano) han tratado de ocultar férreamente en el último siglo y medio.

Pero si le preguntas a Mildred, que limpia dos días a la semana los -como ella misma los denomina- "trasteros de papeles mohosos", te dirá que allí solo hay tonterías, cosas que todo el mundo sabe porque ya se han visto en las películas. 
Y no solo Mildred, que su vecina Bertha opina igual, ya que la simpática limpiadora de Oregón le ha llevado en más de una ocasión carpetas y carpetas con esas rocambolescas historias metidas en bolsas del Eroski, para que la buena de Bertha se entretenga y se desapegue, aunque sea un poco, de los orfidales y la MTV que tanto mal le están haciendo.

Quizá fue el azar, quizá la inconsciencia, pero un día que mi tío abuelo paseaba por las afueras de Washington DC buscando naranjas mejores que en Valencia se encontró perdido y lejos de su hotel. 
Al ver a Bertha sentada en las escaleras de su casa, se acercó y le preguntó, y esta amable señora no se le ocurrió otra forma de señalarle el camino de vuelta que escribiéndolo en la parte de atrás de uno de aquellos folios que Mildred tenía a bien traerle de vez en cuando.
Así que no fue hasta que llegó al hotel, cuando mi tío abuelo descubrió la más aterradora verdad, apenes esbozada en un folio, que nadie hubiese podido imaginar nunca: Yasser Arafat es el padre de Justin Bieber.

El documento oficial, claro, estaba incompleto, pero se contaba cómo Yasser, líder palestino, había viajado a Washington en 1993 para firmar la paz con Israel.
Arafat, homosexual en sus días pares, acababa de casarse con su secretaria, Suha Tawill, aunque había tenido igualmente relaciones con una periodista uruguaya o con jóvenes jordanas o egipcias.
Era lo que se viene llamando un hombre de mundo, vaya.
Así que (todo según aquel folio con sabor a mantequilla de cacahuete) en aquellas fechas, una relación esporádica con la canadiense Pattie Mallette consiguió que la naturaleza hiciera el resto y la vida se abriese paso.
Y sí, Justin nació en 1994.

Para evitar lo que supondría un escándalo internacional (no está bien mezclar un acuerdo de paz con el chacachá del tren), practicaron rápidamente una lobotomía a Pattie, la chica canadiense que apenas si había cumplido los dieciocho años. 
Los detalles de la operación no aparecían pues estaban en un anexo, y aunque mi tío abuelo sabía que podían estar envolviendo en aquel momento un bocadillo de chorizo de algún obrero amigo de Mildred, tampoco era plan de buscarlos.
Se imaginó a la pobre Pattie volviendo a la casa de sus padres en London, Ontario. 
Se la imaginó emocionándose cada vez que Sánchez Gordillo aparecía en televisión, sin saber por qué, estableciéndose en su yo más profundo una conexión inexplicable con aquellos estrafalarios pañuelos. 
Se la imaginó sufriendo porque su hijo no hubiese estudiado Ciencias Políticas en vez de dedicarse a grabar canciones chorras y colgarlas en Internet.

Pero lo que ni Pattie, ni mi tío abuelo, ni siquiera Mildred saben, es que el documento más espeluznante, el más sórdido y terrible de esta historia parcelada en un único folio se encuentra todavía en aquel sótano mal fregado.
Ese documento es una cinta de Súper 8 de 1950, con la pegatina de un Phoskitos en su dorso, donde se ve a un jóven Yasser Arafat solo, en la sala de estudios de la Universidad del Rey Fuad de El Cairo, silbando triste y con la mirada perdida lo que cualquier productor musical reconocería al instante como el estribillo de la canción "Baby".

Para que luego digan que si la genética.