domingo, 1 de abril de 2012

Pelo Pico Pata (4, 4 y 4)



Su solo nombre invoca a hordas imaginadas de vikingos ebrios con aspiraciones de invadir Normandía.
El solo eco de su legendario primer sustantivo haría arder los plumíferos deseos de nonagenarias activas, ávidas de implantes y efebos.
El egregio "pico" que simetrea en armonía da la estabilidad soñada por los cardenales ardorosos que se entregan en locura y demencia a través de su púlpito, y un solo oír de la tercera palabra que cierra su afrancesada definición haría palidecer a los encofradores nacidos más allá de Rumanía.

"Pelo Pico Pata" es el éter.
"Pelo Pico Pata" es el Aleph.

No nació este monstruoso engendro, mezcla de programa de televisión y revista para amedrentarse ante pusilánimes adolescentes.
No nació en los albores de los noventa para después morir en nuestra memoria. Él se agarra a nuestros recuerdos a base de mordiscos, lametones en los morros y arañazos que valen 143 puntos en el Scrabble.

No tuvo una fácil vida diseminada entre presentadoras de laca y sonrisas violetas, pero supo cual camaleón adaptarse a su catódico entorno, desprejuiciado de voluntad, con textura de vídeos de primera.
Quiso ser divulgativo y no pudo.

"Pelo, Pico Pata" sobrevivió gracias a nuestra manía de encerrar los deseos, de beber los zumos prefabricados de un trago, de adormecer las conciencias entre caricias que valen tres universos, una mazorca y cuarenta paraguas de fieltro.
Nunca el terciopelo tuvo mejor sabor.
Nunca las reglas fueron saltadas con tanta gracia.
No había jirafas, pomelos, canguros, ornitorrincos, peces ni jilgueros embadurnados de barro y miel a los que quisimos tanto y sin ningún condicionamiento.
Le dimos nuestro corazón y lo encerraron en una tele.

Creció "Pelo, Pico, Pata" entre adormederas enredadas, entre ejecutivos que llegan tarde, entre princesas mágicas venidas a menos.
Creció hasta que un buen día desapareció de nuestra vida.
Primero la pata, escondida en un cajón, después el pico, disuelto en mantequilla, y por último el pelo, desmenuzado entre los finos dedos de una mano parisina.

Y la lágrima que salió de nuestros corazones, los vikingos todavía mantienen que era sudor, y que todo es mentira.