lunes, 9 de marzo de 2009

El marcador injusto



No puede evitarlo. No sabe por qué, no entiende, no es su culpa, pero es así.
Él es un marcador injusto. Y no hay más que hablar.
Le colocaron hace seis años en lo alto del pabellón de baloncesto. Y allí está. Impertérrito, estoico y brillante como el primer día.
Pero por dentro no es lo mismo.
Por dentro todo le reconcome.
Y es que la cosa queda siempre mal. Semana tras semana, partido a partido, su luminoso muestra un tanteo que, invariablemente, resulta ser claramente injusto.
Unas veces los árbitros, otras errores inverosímiles del equipo dominante, a veces resbalones fortuitos o pequeños detalles sin importancia que colocan el marcador en un resultado que no es el que debiera ser.
Qué desastre más desastroso.
A veces favoreciendo al visitante cuando no correspondía, otras dando una ventaja inmerecida al equipo local.
Y lo peor no es eso.
Lo peor son las consecuencias: no tiene amigos.
Él es buena gente, afable en el trato, puede que a menudo melancólico aunque simpático, pero no. Nadie en su sano juicio quiere por amigo a un marcador injusto.
Sabemos que se encoge de hombros y la mayoría de los días se dice para sí:
“Sí, soy injusto, qué le vamos a hacer”
Un triple fuera de tiempo, una falta que no era, la personal que no se vio, los dobles de salida.
Hay días que se encoge de hombros, otros en los que claramente se rebela frente a su destino pero da igual. Apartado, arrinconado y menospreciado lleva los últimos cinco años cenando solo el día de nochebuena.
Sé lo que pensáis.
Y no.
No es justo.