martes, 31 de marzo de 2009

Convertido en mar y monte



Un hombre quiso subir a la montaña más grande de su pueblo.
Subía por el día y dormía por la noche.
Jamás pensó, desde el pie esa montaña, que aquel monte pudiese ser tan grande.
Cuando se le acabaron las provisiones comía lo que la montaña le ofrecía. Frutas, moras y bayas.
Se bañaba con la lluvia y se secaba con el viento.
Vio como las cabras saltaban, vio crecer las flores, se sintió libre, se reía en cascada, tomaba el sol desnudo entre las piedras.
Un hombre quiso subir a la montaña más alta de su pueblo.
Subía por la noche y dormía por el día.
Jamás pensó, desde el pie de aquella montaña, que ese monte pudiese ser tan hermoso.
La luna le sonreía y él la iluminaba. Sus sueños se hicieron verdes como el musgo, hermosos como las estrellas.
El monte lo quería. Él quería al monte.
Aquel camino no acababa nunca y mientras más duraba más quería aquel hombre que nunca terminase.
Un hombre quiso subir a la montaña más alta de su pueblo.
Subía por la noche y subía por el día.
Jamás pensó, desde el pie de aquella montaña, que fuese ese monte tan inmenso.
Y es que la montaña crecía y crecía para que las carias de aquel hombre sobre su lomo no terminasen nunca.
Un hombre quiso subir a la montaña más grande de su pueblo y acabó convertido en montaña, acabó convertido en cielo, en lluvia, en nube, en pájaro…e incluso acabó convertido en un mar que, desde aquella cima imposible, se extendía eterno hacia el infinito.