lunes, 8 de septiembre de 2014

Viaje a Rumania y Bulgaria I










Gente, gente, gente. Siempre la gente.

Gente a manos llenas, gente a flor de piel, gente que llama gente, que se esconde de gente, gente que vive, que mira, que sufre, que grita el instante a la mirada.
Todo el tiempo la gente. Tras la cámara la gente, tras el ojo la gente, tras la admiración -siempre infinita- la gente.

Uno no mira porque se vuelva invisible. Uno mira porque no existe. Existe la gente, la gente que hace que uno sea, que acabe siendo. La gente lo hace a uno, lo nace a uno, que se deja querer, se acuna entre gestos y crece toda una vida, su vida, ante otros ojos.

Siempre es lo mismo: dudas, miedos, inseguridad. Sacar o no sacar la cámara. Un nuevo viaje que comienza y en la mochila la misma pesada carga.
Pero luego aparecen ellos. La calle, la vida, la gente.
Y el ánimo se vuelca, a horcajadas.
Aparecen ellos, con su vida desde lejos, y yo me acerco sin saber, como si nunca hubiese aprendido nada.

Así fue este verano, en Rumania y Bulgaria. Como otros viajes, pero -quizá- todavía un poco más. Con la cámara, con la vida, con la gente.
Con la gente. Siempre con la gente.