lunes, 2 de mayo de 2011

Historia de un cortometraje

























Lo hemos dicho muchas veces y es verdad: Rodar un cortometraje es muchas cosas, y casi todas buenas.
Es un reto, un divertimento, una locura, un aprendizaje, una excusa, un desafío.
Reunirse entre amigos y rodar.
Cómo nos gusta.

Estas fotografías (que por cierto no son mías, sino de José Antonio Jimena) son reflejo de todo esto que digo.
Con apenas el esbozo de una idea que se me había ocurrido poco antes, y tras el intercambio de tres o cuatro mails (ya que vivimos en lugares distintos) Mariano, Pelu y yo -junto a José Antonio- nos reunimos durante la semana santa del 2010, en apenas dos días, para rodar el cortometraje "Reflejo Rosa".

Rodar se convierte entonces en un estado de ánimo.
Tus cinco sentidos (el que los tenga) están metidos en la historia, los planos, la narración, la angulación, la luz y demás aspectos técnicos.
Hay tiempo para la sorpresa, la ofuscación, los hallazgos, la risa y demás complicidades: lo pasamos bien, y en ese instante pensamos que -salga lo que salga- por esos momentos de concentración y diversión la cosa ya habrá valido la pena.

Todos nos conocemos de pequeños. Llevamos grabando cortos desde hace más de veinticinco años, disfrutamos y se nos nota.
Ya desde el principio decidimos llamarnos "Yaumate" y casi sin quererlo hemos realizado piezas bastante coherentes entre sí, con un sello característico que incluye la falta de diálogos, la desvergüenza y cierto gusto por el absurdo.
Nos consideramos también un colectivo bastante abierto -diverso y disperso- en el que en función de la época y las necesidades han colaborado mucha gente.

Lo he contado ya muchas veces: Nos encanta el cine.
Yo digo que no es que nos guste, es que no podemos vivir sin él. Que más que un lujo es una necesidad.
Y siempre he pensado que tener algo así (un referente -o varios- que llenen tus días y tus sueños) es de agradecer.
Por eso reunirse también es una excusa para probar, para hablar de cine, para investigar, para arriesgarse. Reunirse y grabar forma parte del ritual de aquel que entiende el cine como una pasión.

"Reflejo Rosa" se rodó en dos días (aunque quisimos repetir algunos planos, tres meses después), intensivos de mañana, tarde y noche.
Pudimos probar por primera vez, en un cortometraje, un travelling -que vino que ni pintado para la salida del espejo- y gracias a la calidad de grabación de las cámaras de fotos, rodamos escenas nocturnas con una calidad más que aceptable.
Dio tiempo para algún que otro homenaje, y el montaje ofreció la posibilidad de algún que otro secreto inconfesable, cosa que por lo demás nos sigue haciendo mucha gracia.

También lo comenté en su momento: Terminar un cortometraje es inevitablemente insatisfactorio.
Cosas que cambiarías, finales que no enganchan, planos que se podrían acortar y mil detalles más.
Pero es imposible.
Una vez que acabas, tu cabeza -la mía desde luego- vuela ya al siguiente proyecto.
Precisamente porque es aprendizaje, quieres no caer en los mismos errores cuando ruedes el siguiente corto, aunque una parte de ti sabe que un rodaje es tan impredecible como fascinante, y que todo está abierto, como en una historia no escrita.

En cualquier caso estas fotografías son reflejo -rosa, pálido pero muy vívido- de aquellos días de rodaje.
Y lo bien que lo pasamos.

Ya lo mostré en otra entrada, pero hoy es propio recordar el resultado final...