miércoles, 13 de enero de 2010

De bomberos XIX


Los bomberos parten de viaje con una sola idea clara en la cabeza: Mentir.
Mienten en los aeropuertos, a los recepcionistas de hotel y a las dependientes más guapas de las tiendas de souvenirs.
Porque sí.
Porque pueden.

Los bomberos se hartan de mentir a quien no los conoce porque es su camino más rápido para tener otra vida, en otra ciudad, y poder llamarse Justino.
Han estudiado biología, viven en Santander y meriendan té con pastas todas las tardes.
Les gusta apostar en las carreras, estudiaron a Stendhal, fuman Gaulosies sólo en invierno y revientan las tertulias de los cafés bohemios con voces que rezuman coñac y resquemor.

Los bomberos viajan dejando atrás un alma y mil rutinas.
Mienten como los bellacos que no son.

Los bomberos preguntan dónde se va al mercado en una lengua que solamente ellos conocen y cuando se quieren dar cuenta al final alguien les entiende y acaban comprando comino a espuertas.
Regalan rosas a parejas desconocidas, escriben con lápiz en el lateral de su mesilla de noche y hacen fotos inútiles que únicamente quedarán para su otro yo.

Los bomberos cuando viajan mienten más que hablan, y cuando se sientan en una cafetería piden un café olvidando, maldita sea, que a los que dejaron en la otra orilla del espejo nunca les gustó.
Y lo remueven y remueven con la cucharita hasta que se queda frío, mirando al infinito con cierto aire de nostalgia.