jueves, 28 de mayo de 2009

Un corazón en invierno (Alphaville)



Madrid, principios de los noventa, recién llegado a la capital para lo que entonces desconocía que sería una estancia de más de diez años. 
Allí estaba yo: lo suficientemente ignorante para desconocerlo casi todo, lo bastante inocente para dejarme sorprender, y con unas ganas locas -que no he perdido- de meterme en un cine y no salir.

Aunque los primeros años fueron muchas y variadas las salas a las que iba (qué decir de los enormes y clásicos cines de la Gran Vía), al final casi todas mis visitas se circunscribieron al circuito de los llamados cines en versión original
Alrededor de la Plaza de España se articulan (aún hoy) la mayoría de ellos: Renoir, Princesa, y, cómo no, los Alphaville, reconvertidos ahora en Golem.
Cines de los que se dice "con solera", con una cafetería centro de conversaciones y debates.
De los Alphaville recuerdo cómo me gustaban dos de los poster que coronaban su taquilla, uno de la película de Godar que daba nombre al local y otro inmenso de "Boys meet Girl", la primera película de Leos Carax
Me divertía también la época en que vendían "butacas dobles", al doble de precio que las normales, con la única diferencia que no tenían brazo separador entre ellas. Ay, las cosas.
Una buena programación y la siempre tentadora opción de poder meterte a ver una película de la que nada sabes eran también alguno de sus atractivos.

De aquella sesión en concreto recuerdo que era primavera. Recuerdo ir solo, y cómo a la salida resultaba de lo más fácil dejarse engullir por la gente, el ruido y el anonimato.
Y recuerdo, cómo olvidarlo, que la historia se me había colado por dentro, y que era ese, el aire detenido de su recuerdo, el que me acompañaba en aquel paseo subiendo Gran Vía hacia ningún destino en especial.

Era una película distinta, al menos para mí en aquel entonces. No para Claude Sautet, imagino, que la dirigió en 1992.

De amores no correspondidos está el cine lleno. De criaturas hermosas y de tipos corrientes quién se atrevería a negarlo. Películas de triángulos afectivos las hemos visto todos, de miradas y silencios quizá menos pero alguna había caído ya por aquel entonces. 
Pero cuando te metes de verdad en una historia, cuando te crees los personajes y los acompañas en cada una de sus acciones, cuando no es una película y sí una historia real lo que estás viendo, entonces si la cosa no acaba como quieres, como esperas, como deseas, entonces te bloqueas, te rebelas, te asombras y te niegas.
Y así estaba yo en aquella primavera madrileña. Confuso, turbado, preguntándome en el atardecer de aquel día cómo aquello era posible.
Me resulta divertido recordar ahora cómo volví, años después, a vivir esa incredulidad en la distanciaa través de los ojos de una amiga, a la que había dejado el dvd de la película, y que con mensajes de móvil mientras la veía me manifestaba las mismas preguntas y la misma desazón que me había invadido a mí la primera vez.

Todavía perdura el recuerdo de la luz reflejada en la pantalla, de los luthiers trabajando, de las miradas mantenidas. Hay un aire inevitable que se hace denso a medida que el filme avanza hasta hacerse casi insoportable. Hay lluvia, roces y miradas como en toda película que evoca una pasión que transciende. Hay una mujer hermosa que encierra misterios, hay música de Ravel a través de un violín que rompe y revienta. Hay un cuerpo desnudo dormido de espaldas ofreciendo una piel prohibida a nuestro alcance. Hay unos labios rojos demasiado rojos, una nota que no sale y no sale; un amor que no es, una amistad que no es, y una película que al englobarlo todo nos desarma.

Algo hay de espejo maldito en ese corazón en invierno
Mucho que no quisiera uno ver de sí mismo pero que está: Muros, soledad, silencio o sencillamente estupidez, quién sabe, pero de lo que es difícil desprenderse. 
Quizá sea por eso que siempre que la veo de nuevo, espero que el final sea distinto. Que él se levante, que haya gritos, sudor y desgarro.
Pero no.
En una película, el final no se puede cambiar. Nunca se puede. Y así, al salir a la calle, la vida sigue...